Épica despedida de la Tierra Media
La película tomada en sí misma como una totalidad tiene, a mi gusto, dos inconvenientes: a) una duración excesiva en relación a un acontecimiento demasiado elemental (la batalla final en Erebord), y b) una coreografía demasiado mecánica de las peleas que ocupan la mayoría del relato.
a) El abaratamiento que ha significado a la industria del espectáculo el abandono de la película fílmica por el soporte digital ha traído como consecuencia indeseable que los largometrajes contemporáneos (sobre todo en el campo de lo que podría llamarse -de manera un poco amplia- “cine de acción”) produzcan un exceso de contenidos representados que hacen del film una dilatación injustificable, en la mayoría de los casos, desde el punto de vista de la dramática narrativa. Ya nos hemos acostumbrado a que este tipo de relatos no duren menos de 150min, sin importar la envergadura del acontecimiento, la profunidad con que se lo aborda, etc. El caso de esta tercera entrega del Hobbit es proverbial: es una batalla final transormada en película. Esto tiene sus antecedentes en la historia del cine; si nos remontamos a los primeros años del siglo XX nos encontramos con un film paradigmático El gran robo al tren (Porter; 1903) uno de los primeros casos en la cinematografía de fragmentación del conflicto cuya finalidad era extender la duración del robo, pero cuyo desenlace y persecución apenas iniciado culmina. 9 años más tarde Griffith en otro film paradigmático (The Girl and His Trust) invertirá esta relación, haciendo del desenlace y persecución final el momento del climax dramático por excelencia, no sólo extendiéndolo en el tiempo, sino desarrollándolo en el espacio con las más sofisticadas técnicas del montaje que se podía emplear en aquel momento. Al considerarse que esta tercera entrega del Hobbit en particular es en verdad 1/3 de la historia completa que se pretende cinematografiar, no deja de ser una proporción clásica de duración en la relación desarrollo del conflicto y el desenlace. Sin embargo, dado que la entrega se presenta como una única experiencia cinematográfica, es decir, una unidad de visionado, la duración de la misma resulta desproporcionada.
Todo esto nos lleva a una segunda cuestión de importancia en cuanto al desarrollo del producto: la adaptación de una novela no especialmente extensa, traducida (de manera excesivamente forzada) a una saga de 3 películas, que narrativamente hablando son una unidad inseparable. Generalmente la noción de saga encuentra su razón de ser cuando cada unidad contiene su propio conflicto y dramaticidad lo suficientemente estructurantes como para justificar el desagregado, es decir, cierta relativa independencia de las partes, como ocurre, de hecho, en la saga de Star Wars (episodios IV, V y VI). En el caso que nos ocupa, ni la primera ni la última cuentan con un núcleo dramático autosuficiente que las justifiquen como unidades diferenciadas de visionado; si a esto sumamos, que la 3a entrega tematiza conflictos e historias que resultan incomrpensibles para quien no ha visto las entregas anteriores (o conoce la novela), entonces resulta de ello que la adaptación propuesta no es consecuente con el formato de visionado. Considero inaceptable dentro de la lógica del espectáculo y del cine industrial que un producto cinematográfico carezca de autointeligibilidad; El Hobbit o bien debería haberse pautado para exhibirse en tres partes a lo largo de una única semana o mes, o bien adaptarse a la lógica de un folletín televisivo (como Games of Thrones). Caso contrario, debería el afiche publicitario advertirle al espectador que no debiera aventurarse (o hacerlo a su responsabilidad) si no ha visto las anteriores, pues nada de lo que en esta entrega se tematiza en términos del relato está lo suficientemente explicado (rememorado) para un espectador desprevenido.
b) Para ser un relato únicamente centrado en la batalla final, resulta extremadamente repetitiva en las coreografías de batalla, que parecen un copy paste desde diferentes ángulos. Si toda la atracción va a estar únicamente puesta en las escenas de guerra, debería haberse diseñado coreografías de mayor singularización y diferenciación.
Viendo las 3 películas juntas (experiencia que tuve que realizar para poder contextualizar esta tercera), el producto resulta mejor de lo que se presenta por separado. A quienes gusten de este tipo de relatos, y no han visto las entregas anteriores, o se les ha desibujado el tejido argumental básico, es recomendable (me siento tentado de escribir “imperioso”) visionar las dos entregas anteriores. Sobre todo porque al ser la 3a un desenlace, la separación en el tiempo respecto del núcleo conflicto de la historia principal, pero también de las líneas secundarias, debilita sensiblemente la fuerza dramática de las acciones, toda vez que una secuencia de acciones separadas de su contexto pierde significación como acontecimiento unitario.
Esto último es importante porque la determinación de la calidad narrativa de la película (y la calificación que se puede hacer de ella) fluctúa bastante si la considero de modo autárquico o en estricta continuidad con las anteriores. En el primer caso, es sensiblemente deficiente, y los defectos que ya se han señalado en el nivel macro (un exceso de dilación de un acontecimiento demasiado elemental llevado al paroxismo) se torna demasiado explícito. En el segundo, es posible amigarse con el conjunto, si bien debemos mostrarnos críticos con el diseño del dispositivo de visionado.