Nada nuevo bajo el sol, para decepción del espectador
El hobbit vuelve a bucear en el universo de Tolkien, excede al libro original y fuerza un final que no conforma.
Nada nuevo… Ni bajo el sol de El hobbit-película, ni bajo el uso que el cineasta y productor Peter Jackson hizo del libro de John Ronald Rauen Tolkien para lograrla en una saga. Nada nuevo para el cinéfilo que siguió las tres entregas, a cual más decepcionante.
Sabido y anunciado fue, que para lograr unas nueve horas de película, el neozelandés debió recurrir a elementos del universo de Arda creado por el autor, donde se insertan los relatos que tienen lugar en la Tierra Media: El Señor de los Anillos, El Silmarillion y Los hijos de Hurín.
Con un poco de aquí y allá, agregando personajes y situaciones que el cuento siquiera registra, Jackson logró estrenar en diciembre de 2012 una primera parte entretenida y muy tentadora, transitó un año después una segunda bastante más oscura y con cuarenta minutos a una hora de más, y arribó a esta última condimentando, estirando y arrastrando hasta completar los preanunciados 177 minutos, que en sala y sin considerar descanso ni créditos finales se reducen a poco más de dos horas.
Luego de un inicio directo del relato anterior y sin mucho prólogo, se pasa a contar el estrago que el dragón Smaug hace de La Comarca luego de que el hobbit Bilbo Bolsom ayudase a recuperar el reino de Erebor para sus dueños originales, los enanos, todo con apoyo del mago Gandalf, los elfos y los habitantes de la región.
Cada uno de esos pueblos hizo su parte a cambio de obtener una porción del magnífico tesoro que guarda el castillo de la Montaña Solitaria, donde antes residía el ambicioso Smaug. Pero “la enfermedad del dragón” termina por afectar al rey de los enanos, Thorin “Escudo de Roble”, hijo y nieto de Thráin I y II, que perdieron su poder por su codicia.
De vuelta en su trono, Thorin se ciega ante la visión del tesoro, se niega a hacer honor a su palabra y desconfía hasta de los propios, desatando una guerra que converge con la que imponen los orcos al mando del monstruoso Azog.
Unirse o perecer es el desafío. Todo es batalla y más batalla, compleja, imposible, demasiado computadorizada, y la recurrente desolación de quien pide que la acción encuentre, por fin, definición.