Todo tiene un final, todo termina
El estreno de la tercera parte de esta saga parece confirmar que el cuento original no daba para una explotación comercial con tantos minutos de pantalla grande. Por suerte, la trilogía llega a su fin.
De un cuento de una página se puede hacer una película de dos horas que sea una obra maestra. Extender una idea no es un problema para un guionista talentoso y un proyecto que tenga sentido y vida propia. Pero El Hobbit es un libro pequeño al que terminaron transformando en una saga exclusivamente por un deseo de explotación comercial.
El problema no es la explotación comercial, el problema es que sea exclusivamente eso. 169 minutos duraba El Hobbit: Un viaje inesperado (2012), 161' La desolación de Smaug (2013) y, por suerte, 144 minutos La batalla de los cinco ejércitos (2014).
La experiencia es por momentos tediosa, simplemente aburrida, un poco molesta porque queda claro que agregaron situaciones y escenas con el único fin de conformar una trilogía como la de El Señor de los Anillos. No es que Peter Jackson, director, productor y coguionista no le ponga pasión a muchas escenas, pero claramente la historia daba solo para dos largometrajes, tal cual se lo planificó originalmente. Esto se ve muy claramente en esta nueva película. La historia de Bilbo (muy carismático como siempre el gran Martin Freeman) llega a su fin, e incluye una gran batalla final –a la que se alude desde el título– que ya a esta altura es más rutina que emoción. La espectacularidad ya no tiene el efecto del primer film de El Señor de los Anillos y el anti climático comienzo de esta nueva historia resulta ya una mala señal de lo que está por venir. Las historias se dividen, tenemos a Gandalf haciendo de las suyas, el conflicto de Thorin afectado por el mal del dragón, ciego de ambición, Bard, el arquero, que se enfrenta a Smaug y la historia de amor entre el enano Kili y la elfa Tauriel que por lejos constituye el eslabón más débil de toda esta cadena de personajes.
Hay muy poco criterio dramático para construir escenas, la emoción o el drama están muy lejos de lograr algún efecto y solo queda esperar algún momento espectacular para sacar del sopor a los espectadores. No falta oficio y es asombroso lo que se puede construir a nivel visual hoy día. Pero aun así, esto no convierte a El Hobbit en una película ni de lejos interesante, profunda ni tampoco en un gran entretenimiento. La buena noticia es que la trilogía llegó a su fin y ahora podemos continuar con nuestras respectivas vidas.
El montaje entró a jugar un papel más importante y se nota una intención de acelerar los acontecimientos, aun cuando el epílogo sea excesivamente largo, propio del final de una saga tan extensa.