La batalla inútil
La última parte de la adaptación de El Hobbit de J.R.R. Tolkien resultó como toda la trilogía. Deja en nosotros el aire de spin off de El Señor de los Anillos. Una sensación de ser demasiado deudora de aquella, tanto estética, como narrativamente. Un deja vu que nunca logró que nos desprendamos del deseo de volver a la trilogía del anillo. El impulso que le otorgó a esta nueva saga reencontrarnos con el mundo de Tolkien (que certeramente había adaptado Peter Jackson) también fue su lastre. Su necesidad de referenciar LOTR se sumó a personajes carentes de atractivo para que esta nueva entrega de El Hobbit terminará dejando sabor a poco.
Fui un ferviente defensor de la segunda parte de la saga. El punto medio donde la acción y el espanto (en forma de dragón) se hacían presentes funcionaba por la fatalidad que se cernía sobre Tierra Media. Pero como suele suceder, el final no está a la altura de las expectativas. No es que este final de trilogía no resulte entretenido o gratificante (para el fanático de la saga), pero la realidad es que no suma absolutamente nada al mundo ya visto en El Señor de los Anillos. Creo que el amante de la aventura fantástica no se va a sentir decepcionado: abundan peleas bellamente coreografiadas, paisajes increíbles, un mundo imposible que es palpable. Pero aquellos que añorábamos algo más que un buen CGI quedamos afuera. No pude dejar de sentir que en la catarata de bichos malos, elfos buenos y no tan buenos, enanos y hobbits, humanos y monstruos, batallas y más sangre (está es la más brutal de las tres), no se alcanza una épica emocionante. Apenas dos momentos resultan memorables: el comienzo con el dragón arrasando el pueblo de la isla, y una batalla que incluye a las eminencias Saruman, Elrond, Galadriel y Gandalf.
No es que no se disfrute la película, la cuestión es que resulta un placer momentáneo al que no se desea regresar. Me quedaron más ganas de ver la trilogía original otra vez. Pero de El Hobbit, ni hablar.
La cuestión con El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos es que resulta un placer momentáneo al que no se desea regresar.
Otro tema parte es lo de Peter Jackson. ¿Volverá el ex gordo a demostrar todo su talento para la aventura? Esta nueva trilogía, que originalmente iba a ser dirigida por Guillermo del Toro (un cambio de aire y perspectiva que habría sido interesante), se percibe igual que la otra. Con los mismos defectos: la extensión de las escenas, la incapacidad para filmar escenas sentimentales (pareciera que para Jackson poner cara de boludo es sentirse emocionado), y el abuso de los efectos. Pero peor. Se suma a esto la ausencia de carisma de sus protagonistas. Sin el factor humano, se hace aún más arduo sumarse al viaje. Apenas Bilbo (Martin Freeman) logra darle matices a su personaje. Del resto, poco y nada.
Un libro para una trilogía que quedo muy (pero muy) extendida. Y se nota. Esta tercera parte es una extensa serie de batallas para resguardar algo que no interesa. Oro. Piedras preciosas. Un punto estratégico para detener el avance de Sauron. Un futuro Sauron que ya sabemos derrotado en LOTR. Se percibe como una batalla inútil.
Lo que se auguraba un feliz regreso a la Tierra Media queda dilapidado por la falta de imaginación en presentar un mundo ya recorrido. Porque no hay que confundir el placer estético de su puesta en escena con el interés que nos puede producir lo acontecido dentro de ese universo perfectamente digitalizado. La ausencia de identidad hace que estemos en presencia de LOTR, pero sin la potencia ni asombro de aquella. Una trilogía cuyo espíritu aventurero no pudo ir más allá de una coreografía ingeniosa (pero no inteligente). Una saga que divierte, en mayor o menor medida, pero que está destinada al olvido.