Sólo apta para tolkenianos federados
La segunda parte de la saga del Hobbit convencerá únicamente a los fans incondicionales de J. R. R. Tolkien en general y de la serie en particular. Para los simples habitantes de la Tierra Media, puede ser un ladrillo difícil de tragar.
Puede ser que, así como se requería ser un trekkie con credenciales para apreciar Viaje a las estrellas –hasta que J. J. Abrams la reinventó por completo y la hizo buena para todos– haya que ser un hobbitiano auténtico o tolkieniano federado para disfrutar de esta segunda parte de El Hobbit, de la serie El Hobbit en su totalidad e, incluso, de la saga de los anillos en general. Eso hace pensar la calificación de 9,2 que 8654 usuarios le daban a La desolación de Smaug el martes pasado a las 13.35 hora local (momento de cerrar esta nota) en la página Imdb, después de haber asistido a las premières de la película que se hicieron en Londres, Los Angeles y otras capitales (en esos países la película de Peter Jackson se estrena recién mañana). ¿Cómo puede ser que toda esa gente le ponga a la nueva El Hobbit una calificación cercana al ideal absoluto, y a este crítico no le dé para más que para un ajado 4? Muy sencillo: este crítico no tiene, nunca tuvo, un pelo de tolkieniano, hobbitiano, comarquino o terramediense. Por lo cual La desolación de Smaug, que en sus distintas versiones (35mm, 2D, 3 D, Imax) copa en la Argentina 362 salas de estreno, le resultó un ladrillo difícil de digerir. Tanto como las tres de los anillos, digámoslo de una vez.
Como se sabe, con la trilogía de El Hobbit, Peter Jackson adhiere a una de las modas o tendencias más marcadas de las sagas heroicas del cine contemporáneo: la del regreso al origen. Tanto en la novela original como en su traslación cinematográfica, la ficción tiene lugar en el año 2941 de la Tercera Edad del Sol, y si a esta altura el lector ya siente que hay demasiada información para procesar, más le valdrá ni pisar las salas donde den La desolación de Smaug. El protagonista es un jovenzuelo Bilbo Bolsón (Martin Freeman), tío de Frodo, protagonista de El Señor de los Anillos, quien para esta época aún no había nacido. Lo que sí aparece es el anillo, en manos de Bilbo, quien lo lleva secretamente a lo largo de todo el viaje. Como El Señor de los Anillos, como toda clásica historia de aventuras, lo que narra La desolación de Smaug es el largo y accidentado periplo de maduración que los héroes emprenden con la tierra enemiga como meta, buscando recuperar el tesoro que un poderoso villano les ha arrebatado.
Los héroes son Bilbo y los miembros de las siete tropas de enanos, bajo la guía del mago Gandalf (Ian McKellen) y contando, a partir de determinado momento, con el refuerzo de un grupo de elfos. Notoriamente, Legolas (Orlando Bloom) y Tauriel (Evangeline Lilly, la chica de Lost), que no aparecen en la novela original (de hecho, Tauriel es inventada), y que Jackson y su esposa, coproductora y coguionista Fran Walsh, decidieron incorporar. Los anima, seguramente, la intención de solidificar el puente con la saga de los anillos, en procura de que, tras una desalentadora Hobbit 1, los fans no deserten para siempre. Legolas y Tauriel cumplen importantes roles en este Hobbit 2, tanto en su carácter de experimentados guerreros como por la love story que desarrollan entre ambos. Todos se dirigen a Erebor, con la intención de arrancarle al dragón Smaug el tesoro que guarda bajo sus garras en la Montaña Solitaria.
En el camino hallarán enemigos y aliados, los Orcos notoriamente entre los primeros y el barquero llamado Bardo (Luke Evans) entre los segundos. Combatirán contra una araña gigante, lanzarán flechas mientras navegan a bordo de barriles en unos rápidos (la única secuencia, en los enteros 160 minutos, jugada a un grado de lúdica inverosimilitud y sentido del humor propios del cine de aventuras) y finalmente contra el Dragón. Mientras, al fondo va cobrando cuerpo la sombra del Nigromante, suerte de Voldemort de los Anillos. El desarrollo de estas presuntas aventuras es tan burocrático como su descripción: los episodios se suceden como línea de puntos, los personajes son meras funciones del relato, los héroes son tan poco interesantes o carismáticos como los villanos (Bilbo no genera ninguna empatía, Gandalf predica como maestro ciruela, la araña gigante y el dragón no asustan a nadie), todo se estira infinitamente, los desplazamientos parecen los de un mamut cansado, los diálogos se envaran y la gravedad pesa sobre cada plano como un manto de amianto. Pero los fans la califican con un 9,2. Hasta hace un par de días, al menos: habrá que ver si las masas terramedieras coinciden, de hoy en más, con esos ocho mil y pico de adelantados.