Peter Jackson volvió a recrear el universo Tolkien
Menuda tarea la de Peter Jackson, estar a la altura de su propia obra maestra, esa trilogía definitiva sobre El señor de los anillos, a su vez el texto paradigmático de J.R.R. Tolkien. En ese marco, fue casi un gesto heroico el haber encarado la filmación de El Hobbit después de que Guillermo del Toro le tirara encima el fardo tras haber tropezado con una producción en la que en ningún momento logró cuajar.
Así es que una década más tarde de haberse introducido en el universo de los elfos, los enanos y los orcos, Jackson continúa con El Hobbit por el camino de la aventura mítica. En este caso, el foco no está puesto en Frodo sino puntualmente en las aventuras vividas por un joven Bilbo Baggins (Martin Freeman), mucho antes de ser el anciano que conocimos en la trilogía original.
La travesía del personaje en cuestión consiste en haber sido arrastrado a la riesgosa aventura de reclamar el Reino de los Enanos de Erebor, conquistado tiempo atrás por el mortífero dragón Smaug. El derrotero de nuestro antihéroe es acompañado nada menos que por el mago Gandalf (Ian MacKellen) y un grupo de aventurados enanos liderados por el guerrero Thorin.
Lo nuevo de Tolkien según Jackson, que llega con el atractivo de una versión digital de altísima definición, a 48 cuadros por segundo (lo habitual son 24) tiene como priincipal punta de lanza el trabajo visual, impactante, que incluso logra superar a lo ya conocido.
Quizá los fanáticos más acérrimos del autor de las máximas épicas de la literatura fantástica se revelen contra la forma en que el realizador unió a esta historia con la contada en torno al anillo. El haber carecido de los derechos de la novela "El Silmarillón" le entorpeció un poco la tarea, pero para el público masivo el link entre ambos relatos es coherente y logra una fluidez merecida para un texto que podría haber resultado farragoso. Son dos horas y media de cine en estado puro, aventura imponente y gallardía narrativa.
De la misma manera, el trabajo de diseño de producción (construcción de los mundos que vemos en pantalla) a cargo de Dan Hennah, el mismo de las otras tres películas, es superior a todo lo que hayamos visto hasta el momento, una (re)creación obsesiva que se complementa de forma magistral con un batallón de efectos visuales que alcanzan la perfección en todo momento.
Un párrafo aparte merece, otra vez, Gollum, verdadero prodigio de la técnica visual. El ser animado que representa en la cosmogonía de Tolkien una de las caras más perversas del mal tiene aquí un regreso a la pantalla a la altura del peso que tiene en la historia, además del atractivo que genera en los espectadores y, más que nada, del peso que tiene a la hora del corte de entradas en las boleterías.
La dupla de literatura y cine más productiva en términos de arte y taquilla, está de vuelta. Tokien-Jackson, Jackson-Tolkien, volvieron a unir fuerzas y el resultado es óptimo. A disfrutar.