Las aventuras de Tierra Media vuelven a la pantalla grande.
En un agujero en el piso vivía un Hobbit... Hasta que el mago Gandalf (Ian McKellen) lo sacó casi a la fuerza para obligarlo a dejar su vida sedentaria y embarcarse en una aventura que lo cambiaría para siempre. La misión no es nada sencilla: Los enanos de Erebor, liderados por Thorin Escudo De Roble (Richard Armitage), quieren recuperar su hogar, usurpado por el dragón Smaug, que con codicia se acostó sobre las montañas de oro y allí se tendió a dormir, protegiendo su tesoro. Así Bilbo Bolsón (Martin Freeman) pasa de ser un Bolsón de Bolsón Cerrado a ser el ladrón que la compañía de enanos necesitaba, pero ¿Está preparado este joven Hobbit, acostumbrado a sus pipas y sus comidas a horario, para vivir una aventura que pondrá en riesgo su vida numerosas veces? Lo más probable es que ninguno de ellos, ni Gandalf, esté preparado. No solo por el riesgo que uno asume cuando va a combatir con un dragón, ¿no? Va más allá de eso, porque en la Tierra Media están pasando cosas, un mal que se creía vencido está comenzando a surgir desde lugares desconocidos, y un villano que se creía muerto también volverá a cobrarse algunas deudas con los enanos, especialmente con Thorin.
Así, con tres líneas argumentales marcadas, sale El Hobbit: Un Viaje Inesperado (The Hobbit: An Unexpected Journey, 2012), la primera entrega de una trilogía que no solo nos promete mostrarnos la aventura de Bilbo, de cómo encontró el Anillo Único y cómo descubrió sus facultades para la aventura, sino que también (y algo que no aparece en el libro original, sino en apéndices y anotaciones de J.R.R. Tolkien) nos dará detalles sobre el ascenso de Sauron a Mordor, y sobre el comienzo de su incansable búsqueda de su Anillo.
Peter Jackson vuelve a dirigir con soltura, como si hubiera nacido para hacer este tipo de películas. Las tomas clásicas de las caminatas por las montañas desde planos aéreos dicen presente, y también dice presente una edición desprolija, también como nos tiene acostumbrados. Claro, a esta altura este detalle es casi incuestionable, ya que aprendimos a amar su primer trilogía, pero bueno, es importante mencionar que las transiciones y los saltos de historia a historia, de personaje a personaje, no son muy orgánicas que digamos. Con lo que si triunfa, obviamente, es con la tecnología. El Gollum (Andy Serkis) de esta película se ve claramente más joven y menos dañado que el que vimos en El Señor de los Anillos, y los rasgos de su cara y sus facciones son increíblemente reales. No tanto otras criaturas (el rey de los trasgos, o los trolls, por ejemplo) que mantienen cierto halo de irrealidad en su diseño y sus movimientos, posiblemente a propósito.
Entre los puntos bajos, podemos mencionar la línea argumental entre uno de los villanos, Azog (Manu Bennett), cuya rivalidad con Thorin es clara e interesantísima, pero con el afan de mantener a un buen villano en pantalla, Jackson estira su historia hasta niveles insoportables. Y el estiramiento, lamentablemente, es una constante en esta primera parte. A casi todas las escenas le sobran minutos, y El Hobbit tranquilamente podría haber durado unos 40 minutos menos sin dañar a nadie. Pero bueno, teniendo en cuenta que el libro original de Tolkien tiene menos de 300 páginas, y que Jackson quiere hacer con esto tres películas, es probable que este defecto sea algo constante en la nueva trilogía.
El Hobbit: Un Viaje Inesperado es, valga la redundancia, un viaje, y uno muy lindo que vuelve a meternos en el universo que se nos planteó (en cine, claro) hace ya 12 años con la primera entrega de El Señor de los Anillos y que de alguna forma siempre vamos a extrañar. Este paseo tiene altibajos, pero también tiene detalles muy agradables y, sobre todo, tiene implícita la promesa de que lo mejor está por venir.
@JuanCampos85