Peter Jackson vuelve a la Tierra Media y su regreso lo confirma como el gran director clásico de cine de aventuras actual. Tras años de problemas en el rodaje y tras las críticas mundiales, que fueron tibias, El Hobbit: un viaje inesperado se estrena finalmente. Es larga, sí, casi tres horas. Podría ser menos ambiciosa y más breve y seguiría siendo una buena película. Sin embargo, la duración parece obedecer más a una obsesión por el detalle que a mera megalomanía del director.
Sólo en algunas de las salas se podrá ver el filme en el nuevo formato HFR 3D, el que presenta los famosos 48 cuadros por segundo (en lugar de los 24 de las proyecciones normales). Como ocurrió con el estreno de Avatar, esta nueva técnica también despertó polémica: que crea una imagen muy artificial, que marea al espectador, incluso que produce náuseas. Excepto por el primer punto (hay, es verdad, cierto exceso de nitidez y de brillo, que hacen por momentos que la imagen reluzca como un cuento de hadas más que como un relato épico) el formato le otorga un tono vívido a los paisajes, los efectos especiales y vestuarios. En Córdoba, la película se estrena en 35 milímetros y en 3D en todas las salas, pero sólo se podrán ver las copias en los 48 cuadros en Showcase de Villa Cabrera.
De todas maneras, lo importante de El Hobbit sigue siendo la historia. Peter Jackson reproduce de manera literal ciertos pasajes del libro (la clásica frase inicial "En un agujero en el suelo vivía un hobbit"), se extiende en algunos y toma sus licencias en otros. Como un contador de cuentos que se toma su tiempo para desarrollar su relato, Jackson logra un ritmo narrativo sin presiones, que rara vez abandona al espectador. Hay una cadencia que tiene, por un lado, el remanso de la lectura y, por otro, la adrenalina del cine de acción. Sin embargo, hay digresiones que se huelen estiradas y varios diálogos y escenas prescindibles (algunas canciones, la presencia de Saruman o Galadriel, por ejemplo, incluida quizá por ser la única figura femenina). La frase que Gandalf usa para referirse a Bilbo bien puede aplicarse al director: "Tiene la habilidad de ganar tiempo".
El tono ligeramente infantil y humorístico del libro está presente en el filme, que sin abandonar la oscuridad de El señor de los anillos se permite jugar con cierta comicidad ligera que, combinada con las escenas de acción, recuerda el clima de películas como las de Indiana Jones. Ese tono se equilibra con las batallas, en las que el filme retoma sus dimensiones de gran relato épico. Jackson tiene mano y ojo entrenados para sus coreografías de espadas y orcos, y los despliega en los paisajes neozelandeses con orfebrería industrial.
Martin Freeman como Bilbo es también una decisión acertada. El actor encaja perfecto en los pies peludos del hobbit, con una interpretación que opta por la candidez, el humor y la sorpresa. De los enanos con los que Bilbo emprende su viaje puede decirse lo mismo, aunque algunos estén construidos como temerosos guerreros y otros apenas como mineros bonachones. Y, como siempre, Gandalf (Ian McKellen) dignifica.
Párrafo aparte para Gollum, bajo cuya piel digital está el actor Andy Serkis. El encuentro entre Bilbo y Gollum, quizá el más esperado, está narrado con naturalidad y el anfibio personaje genera más escalofríos aquí que en la trilogía predecesora. Es notable también cómo el avance de los efectos especiales y de la técnica de performance capture han logrado que Gollum tenga muchos más matices expresivos esta vez (vale preguntarse si en una futura reedición de El señor de los anillos el primer modelo de Gollum será reemplazado por este más moderno, como ocurrió con Yoda en Star Wars).
Nunca sabremos qué clase de película hubiera hecho el primer director designado, Guillermo del Toro, con cuya renuncia nos perdimos quizá la oportunidad de ver otra Tierra Media. Pero Jackson hace lo que mejor sabe hacer y sale muy bien parado. Habrá que ver si las dos películas que faltan logran mantener el ritmo y el interés. La primera, cumple y entretiene.