Un viaje (no tan) inesperado.
Imposible no empezar esta crítica con una advertencia al lector, que es a la vez un lamento: la versión de El Hobbit que se proyectó en la función de prensa fue en 2D y 24 cuadros por segundo. Es decir que esta nota se ve obligada a excluir en su valoración dos elementos clave con los que el inquieto Peter Jackson concibió y llevó a cabo su película: el 3D que no pudo usar en su trilogía anterior, y los tan comentados (pero nunca vistos) 48 cuadros por segundo. Si un film es mejor, peor o igual con los anteojitos es un largo debate que conviene abordar en otro momento y otras secciones (que justamente, al ser un debate requiere de más voces), aunque adelanto rápidamente mi postura: ni Avatar, ni Hugo, ni Tintín, ni la caverna de Herzog pueden ser “lo mismo” en sus versiones 2D, y desconfío absolutamente de quien las juzgue sin haber probado su increíble, virtuosa y sobre todo bella utilización de la tan en boga tecnología tridimensional. Serán grandes películas igual, de eso no hay dudas, pero les faltará el motor principal que organizó (al menos en estos cuatro ejemplos) la puesta en escena. Ni más ni menos...