La vuelta de Jackson con una muy buena adaptación
Es muy posible que para los seguidores de la saga literaria de JRR Tolkien, El Hobbit en su versión cinematográfica resulte un hervidero de críticas acerca de la fidelidad a la letra.
Sabido es que las adaptaciones no siempre contentan a los fanáticos y de esto dan cuenta los comentarios que pululan en la web, incluso antes del estreno de la película, partiendo desde el hecho mismo de haber convertido un libro para niños, de 19 capítulos y poco más de 300 páginas en una trilogía.
El asunto a atender es que El Hobbit es ahora cine, y desde esa premisa, debe cumplir con lectores y no lectores, lograr un relato nuevo con herramientas lingüísticas diversas y diferentes de las literarias, que ante todo, resulte creíble para el cinéfilo.
Si una virtud no ha de negársele a Peter Jackson, es la de haberse transformado desde el traslado a pantalla de El Señor de los Anillos , en un excelente narrador, una cualidad que confirma en la apertura de la serie que ocupa estas líneas y todos los comentarios de los adeptos al cine por estos días.
El Hobbit , que no es otra cosa que una historia enmarcada en la misma mitología, escenarios e incluso con algunos de los personajes de aquella saga, resulta una muy buena adaptación, que prescinde de elementos que quizás reserve para su continuidad, de la misma manera en que con total libertad, reordena capítulos o parte de ellos y hasta toma elementos de otros libros del autor, como el propio El Señor de los Anillos, El Silmarillion y en Los cuentos inconclusos.
La historia comienza como un recuerdo de Bilbo, hobbit solitario, heredero de un clan tan pacífico como el de los Bolsón y tan tentado por las aventuras como el de los Tuk.
Hogareño, afecto a la vida tranquila y la buena comida e incapaz de aceptar cualquier cosa que modifique sutilmente su cotidianeidad, Bilbo se ve movilizado ante la aparición de Gandalf, un Mago Gris, legendario por sus aventuras en la Tierra Media, y la repentina convocatoria en el seno de su hogar de un ejército de enanos liderado por el rey Thorin, que pretende reclutarlo para la nada sencilla misión de recuperar la Montaña Solitaria.
Ese lugar al Este de la Tierra Media fue el hogar ancestral de los enanos, perdido en batalla a manos de los malvados orcos. Los enanos están dispuestos a ir por ella, pero deben enfrentar al Dragón Smaug, un ser inteligente que puede detectar la presencia de estos guerreros sólo por su hedor y a grandes distancias.
El olor de Bilbo es desconocido para Smaug, y los pasos de sus pequeñas y peludas patas apenas inaudibles. Por las ventajas que esto supone y porque de niño Bilbo mostraba cierta afición a las aventuras, es llamado a sumarse a la campaña, según explica Gandalf.
Tribulaciones más o menos, Bilbo carga su mochila y se encamina hacia lo desconocido, algo que un hobbit jamás imaginaría hacer.
De la misma manera que en El Señor de los Anillos utilizó, además de las actuaciones, fotografía, iluminación, sonido, música, Peter Jackson hace uso de toda la artillería de soportes tecnológicos a su alcance para llevar adelante un relato de casi tres horas de metraje que jamás decae.
Sólo un fisiológico déficit de atención impulsa al espectador a pedir un descanso. Pero si la saga ofreciera su segunda parte la próxima semana, es una certeza que varios miles ocuparían las butacas en las salas del mundo, en principio a la espera de otro capítulo de un cuento tan apasionante como este comienzo, y luego, para probar cómo se las ingenian el director neozelandés y todo su ejército de especialistas para arribar, en la próxima, a este mismo efecto.
Críticas más o menos detallistas de las licencias que se toma el guión, El Hobbit es una excelente propuesta a visitar en la presente cartelera, ya sean lectores o no.