No es razonable plantear que un film desilusiona cuando cumple exactamente con lo que se esperaba, pero lo cierto es que, en su nueva incursión a la obra de J.R.R. Tolkien y a la Tierra Media, Peter Jackson no sorprende como antes. Desde ya que la valoración queda signada por el formato con el que quien escribe conoció esta precuela –en 35 mm subtitulada, sin el 3D y mucho menos el revolucionario HFR 3D-, pero lo cierto es que The Hobbit, más allá de ambientarse 60 años antes de la acción de The Lord of the Rings, transita por un terreno ampliamente conocido. No hay dudas de que de haberse lanzado esta película antes que la ya concluida trilogía, el impacto sería mayor y sus cualidades técnicas -que hoy se dan por sentadas- recibirían vastos elogios, pero a más de una década del estreno de la primera, la cuarta parte no logra recapturar ese espíritu y, en más de una ocasión, el viaje está lejos de ser inesperado.
El hecho de estar familiarizado con algunas etapas del recorrido, por supuesto que no conllevan a que la aventura sea menos épica. El neocelandés ha logrado convertirse en una extensión de la mano del autor y transportar un mundo mágico complejo a la pantalla grande con notable habilidad. Pero es la cercanía con el material original –que es una manera azucada y poco cínica de no citar presiones del estudio o interés en la recaudación- lo que lo lleva a cometer el gran paso en falso de esta adaptación. Cada entrada de la saga El Señor de los Anillos tuvo una trasposición cinematográfica que mantuvo una correspondencia lógica con su fuente: un libro, una película. Y sin embargo, el director divide la acción de El Hobbit. Si bien la decisión se justifica en la existencia de personajes nuevos y líneas argumentales nunca exploradas, la obra no tiene la dimensión suficiente como para desarrollar una segunda trilogía.
El escrito de Tolkien es rico y su tratamiento merece una importante atención de la producción, que corre el riesgo de estirarse ad infinitum en caso de seguirle el paso en forma textual. El logro fílmico de hace una década atrás tenía que ver con la noción de dejar fragmentos de lado y evitar rodeos o personajes de menor relevancia que perjudicaran la experiencia cinematográfica. En esta oportunidad parecería hacerse lo contrario, con el permanente seguimiento de las derivadas que abundan en los párrafos del escritor. Con esto el viaje se interrumpe en pos de una mirada hacia el pasado –que no aporta en todo momento- y alarga la acción en detrimento de su resultado. Desde ya que se llega a destino y se anota un triunfo, pero al igual que una idea que avanza entre comas y guiones desviándose de su camino, llega a manifestarse con menor potencia que el mensaje conciso.
En una situación parecida al comienzo de The Fellowship of the Ring, esta precuela construye de a poco su argumento y presenta a sus personajes, con toda una nueva comunidad encabezada por Thorin Escudo de Roble, líder de una partida de enanos entre los que se destacan Balin (Ken Stott), Dwalin (Graham McTavish) y Bofur (James Nesbitt) –prácticamente los únicos que tienen voz-. Como en el film del 2001, la película avanza a paso seguro haciendo referencia a todo lo que hay que decir antes de lanzarse de lleno a la aventura de proporciones épicas que se sabe puede lograr. Una vez entrada a terrenos conocidos por el espectador –es para resaltar el encuentro entre Bilbo y el genial Gollum de Andy Serkis-, The Hobbit desata su potencial, iniciando a sus protagonistas en batallas para las que no están preparados. Aún a sabiendas del resultado –menos por haber leído el libro que por haber visto la trilogía anterior-, uno es capaz de volver a sumergirse en la pantalla y disfrutar de los combates que Peter Jackson lleva con buen pulso, sobre todo el logrado paso por las Montañas Nubladas y la lucha con los trasgos, que remite desde a Indiana Jones hasta The Adventures of Tintin.
Aún a falta de sorpresas por la familiaridad con el terreno explorado, el realizador se permite maravillar y emocionar a la audiencia con la disposición de un mundo que conoce a la perfección. Sin quedarse en el mero cimiento de las posteriores secuelas, The Hobbit tiene vuelo propio y es el de las águilas. A pesar de las similitudes y las referencias a lo que vendrá después, el realizador alcanza el importante logro de proponer otra incursión a la Tierra Media que se percibe novedosa.