Superman inicia
El hombre de acero (Man of Steel, 2013) llega como el beso de la vida que la franquicia de Superman tanto necesitaba. En un raudo acto de borrón y cuenta nueva, Warner ha contratado a los expertos revisionistas del género de superhéroes Zack Snyder (Watchmen, 2009) como director y Christopher Nolan (creador de la trilogía del Caballero Oscuro) como productor, y apuesta por una nueva continuidad narrativa, más alejada del mundo de los cómics y más cercana a los estándares del realismo en una película de acción o ciencia ficción.
Conocemos el mito. Los kriptonianos, raza impetuosa, han cosechado el núcleo de su planeta hasta arruinarlo. La película comienza y Krypton se está cayendo literalmente a pedazos. La suerte de Krypton está echada, y la de la Tierra está por decidirse debido a dos eventos clave: la eyección del neonato Kal-El en una cápsula con destino a la Tierra, y el exilio del golpista General Zod (Michael Shannon) y sus secuaces. Sólo ellos escapan la destrucción de su mundo.
Muchos años después, Kal-El (Henry Cavill) es un hombre fornido y barbudo con una plaquita de identificación colgando sobre su pecho desnudo. Podría ser Wolverine de lejos. Vaga de pueblo en pueblo, haciendo obras de bien y, suponemos, buscándose a sí mismo. Cada tanto cortamos a fragmentos de la niñez de Kal-El, quien, aprendemos, aterrizó en Kansas, EEUU (¡dónde más!), donde fue adoptado y criado por los granjeros Jonathan y Martha Kent (Kevin Costner y Diane Lane) bajo el nombre de Clark Kent.
Clark pasa una infancia aterradora, viendo los esqueletos de sus compañeritos y oyendo todo lo que se secretea a sus espaldas, pero con el tiempo domina sus sobrehumanos poderes (incluyendo pero no limitado a visión de rayos-X, mirada láser, velocidad de la luz, fuerza titánica y, eventualmente, el poder el vuelo). Y, con el tiempo, cruzará caminos con Lois Lane (Amy Adams), la intrépida periodista del Daily Planet y su interés romántico de facto; y con Zod, que planea revivir Krypton y sus habitantes utilizando a la Tierra y la humanidad como materia prima.
La película hace un buen trabajo por redimir a Superman en la cultura popular, a menudo ridiculizado por su exceso de poderes y su falta de personalidad. ¿Cómo hacer que su personaje resulte interesante? Cavill no tiene un gran papel, pero aunque sea este nuevo Superman puede mostrar otra emoción que una sonrisa arcaica y la mirada impávida. Y se lo enfrenta a sus hermanos kriptonianos, todos y cada uno igual de poderosos que él. Conste que Superman vive algunos momentos peliagudos, y ni siquiera aparece la famosa kriptonita.
El hombre de acero también posee sus puntos débiles. El guión enflaquece en el medio, cuando la película corta constantemente entre la infancia y la adultez de Superman sin que ocurra nada demasiado interesante de ningún lado. Parece estar haciendo tiempo con lo que venga con tal de retrasar el largo, largo último acto, donde se concentra prácticamente toda la acción. Esta es excelentemente orquestada, sobre todo cuando trata de mano a manos entre Superman y los villanos (le atacan de a varios al mismo tiempo y la coreografía es tan buena que jamás parece uno de esos ballets falsos donde los malos se turnan lentamente para pelear).
Los grandes despliegues de destrucción masiva son menos atractivos: no sólo llega un momento en que ya se ha roto suficiente vidrio por una película; algunas secuencias elevan paralelos desagradables con la vida real. Consideren una secuencia en la que el ataque de 9/11 en Nueva York es reinterpretado como una invasión extraterrestre en Metrópolis, donde nuestros personajes secundarios terminan convirtiéndose en extras huyendo despavoridos entre otros extras mientras los edificios caen.
De repente reflexionamos que, en las pelis de Christopher Reeve, Superman jamás necesitó la ayuda del ejército norteamericano para derrotar a los malos. Y cuando al final Superman le promete a un general que “no se puede ser más americano que yo”, resulta gracioso compararlo a esa otra frase que dijo allá en la secuela de 1987 subtitulada La Búsqueda de la Paz: “no represento a ningún país en particular”.