Me gusta “El hombre de acero” en el mismo sentido en que me gustó la última de Batman, “El caballero de la noche asciende”. En eso de que, a pesar de cargar con el peso de un cómic, o de tener un gran presupuesto, asume un compromiso con la historia que vamos a ver, con sus personajes y con nosotros como público desde el entretenimiento. Películas como esta vienen ya con un desafío implícito: estás haciendo una de Superman, papá.
Con los años el cine de superhéroes se ha acercado a un nivel de madurez que todavía no está del todo consolidado y quizá sea para bien. Se intenta ahondar con mayor profundidad en la psicología de los personajes, en el por qué de su decisión de convertirse en salvadores. En los cómics siempre está esa razón, u origen, que el cine condensaba en alguna escena tipo prólogo. Ahora la estrategia es otra, y este film es un exponente de los nuevos modos.
En “El hombre de acero” está muy visible la marca Nolan (Christopher, aquí productor), del flashbacks que no se anuncia y que, de manera fluida, revela algún aspecto del pasado de los personajes que será fundamental para una mejor comprensión del presente de la historia. Este mecanismo, que insiste sobre lo tortuoso del pasado, funciona bien dramáticamente porque la película encuentra la cuota justa de algo que, inevitablemente, es solemne.
A favor de la película también se puede decir que Zack Snyder, director, a conciencia la planteó como el film definitivo de Superman; un objetivo riesgoso, pero factible. La avanzada tecnológica recién hoy en día permite que veamos a Superman volando a toda velocidad a través del mundo y que sea creíble; que podamos percibir una parte de ese vértigo. Superman nació así. No tiene un poder que él mismo se fabricó ni fue producto de una reacción química o accidente.
Hay un concepto de fondo en el rol de Superman que Snyder enfatiza y que tiene que ver con la “grandeza”. Además, la película encuentra su propia vuelta para poner al mundo entero en peligro (algo que se está viendo mucho este año). Todo está en riesgo y hay una sola opción. En este sentido de ultimátum, el director logra, con éxito, instalar “El hombre de acero” como una versión clave; como lo que el público estaba necesitando. De allí el peso actores de carácter para que lo épico no pierda verdad. Hablo de Kevin Costner, Diane Lane y Russell Crowe; todos dando muestra de un perfil bajo y una humildad que viene con el tiempo y que a gran parte de Hollywood le cuesta adquirir. Las palabras de esas bocas, con esas miradas, suenan distinto.
Henry Cavill cuenta con la mística (y el físico) necesarios para cargar con el personaje. Pero le falta trabajar el peso y la densidad de construcción que aporta el resto del elenco. Digamos que trabajo con lo dado y nada más. No es el caso de Amy Adams, que cada día está más linda y pisa más fuerte. Esto debe redundarse: en “El hombre de acero” Amy es la fuerza y la belleza.
De todos modos, siguiendo este objetivo de film definitivo, la película cae en un exceso de escenas de acción. Es algo innecesario y tapa la primer labor musical imperceptible de Hans Zimmer en años. También excesiva es la interpretación de Michal Shannon, un villano que se pasa de malo y loco a mi gusto. Todo buen actor tiene malos momentos.