Superman, extranjero en su tierra
"El hombre de acero" retoma el origen de Superman para mostrar los primeros años del joven Kal-El, cuando debe comprender que es un alien poderoso antes que un superhéroe aceptado.
Un chico crece sabiendo que es adoptado, tema que naturaliza bastante bien. Pero después tendrá que aceptar que además de ser adoptado es extraterrestre, y eso no es tan digerible para cualquiera. Ni siquiera para Kal-El. La nueva versión del superhéroe, El hombre de acero (aunque el título se esmere en elidir el nombre, todos los que van a las salas de cine piden "una entrada para Superman"), aplica al clásico héroe de DC Comics todos los ejercicios básicos de reanimación con los que Christohper Nolan resucitó a Batman: humanizar al héroe mostrándolo como un personaje atormentado, ajustarle el traje, anabolizar sus pectorales y contar la génesis de su existencia.
Esa marca registrada de Nolan (que es guionista y productor del filme) está matizada con las decisiones del director Zack Snyder, que opta por una estética clásica en la fotografía y la música y que prefiere marcar los cambios en el desarrollo de la historia más que en el perfil del personaje. Así, la película opta por acercarse más al género de la ciencia ficción que al de los superhéroes para contar cómo Kal-El acepta su destino para convertise, primero en Superman y, luego, en Clark Kent.
Así, la primera mitad del filme funciona como un prólogo que comienza por el principio: los últimos días del planeta Krypton, el gesto de salvación de Jor-El (Russell Crowe), su padre, al enviarlo a la Tierra. Luego, el relato gana dinamismo gracias a flashbacks que alternan el presente del joven Kal con su infancia, cuando su padre adoptivo (Kevin Costner) le advierte que su condición de alien, de forastero, puede convertirlo en un freak o un Dios según cómo lo miren los hombres. Esa relación entre hijo y padres será el eje del relato, junto a la pregunta de Kal por su identidad, justo cuando tiene 33 años, la edad de Cristo (entre otros guiños religiosos del relato) ¿Puede un extranjero, un inmigrante planetario, adaptarse a la humanidad?
Henry Caville no es un actor extraordinario, pero Snyder tiene la inteligencia de rodearlo de un elenco que se pone al hombro las escenas dramáticas, como Kevin Costner que interpreta a un padre con temple y Amy Adams, como una Luisa Lane que es todo menos ingenua. Michael Shannon es un perfecto Zod, y crea a un villano verosímil y temible. Volviendo a Caville, la profundidad psicológica está en lo que le sucede a Kal-El más que en detalles de su interpretación y aquí nadie le pidió ni a él ni al personaje más de lo que puede dar. La mayor característica de Superman sigue siendo un altruismo inevitable, simple, sin vueltas de tuerca, que es el que le permite conectarse con los humanos.
No hay estridencias en la estética de las primeras escenas y la munición gruesa está puesta en la segunda mitad de la historia, cuando el ritmo se acelera y el filme se convierte en una suma de secuencias de acción en las que se lucen, por fin, los poderes de Superman. Quizás la extensión de estas escenas y su pomposidad hagan que el ritmo de la narración decaiga, uno de los puntos débiles de la historia.
Sin embargo, si en algo acierta el filme de Snyder es en encontrar el equilibrio para no tergiversar los orígenes del superhéroe, ni cambiar drásticamente los rasgos del personaje, pero a la vez construir una historia que le devuelve entidad, entretenimiento y actualidad a Superman.