Del superhéroe al hombre
Hay dos modelos de Superman que pugnan en El hombre de acero, pensada bajo la prédica de Christopher Nolan y sus particulares enfoques filosóficos sobre la figura del héroe y dirigida, así como ejecutada visualmente, por el creativo Zack Snyder. Es decir, que esta nueva franquicia que procura reinventar a la creación de los años treinta, que luego llegara a la pantalla grande para convertirse en icono cinematográfico y arquetipo de héroe, intenta la alquimia entre el Superman de acción y el filosófico con su planteo existencial detrás.
Empresa desafiante si las hay para tiempos en que Hollywood ya no sabe cómo reciclar fórmulas sin repetirse y donde la idea de industria como negocio multimillonario se liga directamente al cine en su carácter de fuente de entretenimiento y espectáculo de masas más que a nivel artístico.
La primera novedad se resume en el alto grado de dramatismo e intimidad que atraviesa el universo de El hombre de acero durante 143 minutos –quizás se pueda objetar la excesiva duración- en el que conviven un relato de tipo iniciático como el propuesto desde Batman inicia (2005) a un film de ciencia ficción y acción al estilo Hulk (2003) o Los vengadores (2012). Esa curva iniciática expone desde el punto de vista narrativo el inteligente recurso de la fragmentación de tiempo pasado y presente para introducir los necesarios flashbacks y así reconstruir los hitos que marcan el nacimiento del héroe y su transformación hacia el desenlace del relato.
La mirada Nolan –por bautizarlo de alguna manera- explora y refleja las fisuras y aristas del conflicto moral por el que debe atravesar el extraterrestre kriptoniano al haberse criado en la Tierra en compañía de la raza humana, infinitamente inferior y débil en relación a cualquier espécimen proveniente de su galaxia ya extinta. El planteo moral dinamita de forma racional los preceptos religiosos más puros pero se arraiga en los mandatos paternos desde dos focos complementarios: la ley de Jor El, padre biológico de Kal El –Superman- interpretado por un correcto Russell Crowe y aquel código ético impuesto desde las enseñanzas a Clark Kent por su padre de corazón, en la piel del siempre eficiente Kevin Costner, granjero de Kansas quien junto a su esposa (Diane Lane) se encargaron de integrar, proteger y a la vez ocultar a este niño llegado desde el espacio y en quien se deposita nada menos que la esperanza de salvación de la humanidad.
Lo que realmente hace efectiva esta suerte de transformación del personaje desde el aprendizaje y a partir de asumir su calidad de outsider eterno (cada vez que descubre uno de sus poderes ante sus pares humanos debe huir a otro pueblo y comenzar nuevamente de cero) es haber encontrado el equilibrio justo entre infancia, adolescencia y adultez bajo la órbita del mismo conflicto interno: la soledad del héroe.
El Superman de Nolan y Snyder es un Hombre de acero por su voluntad a prueba de las debilidades humanas; su carácter de hombre superior a todos es la capacidad de empatía emocional con el dolor del otro y la exteriorización del propio sufrimiento y sentimiento de culpa cuando no está a la altura de las circunstancias, sin menoscabar claro está los aspectos racionales que son fundamentales para tomar decisiones ante situaciones límite como aquella que experimenta el niño cuando el micro escolar que lo transporta, junto a sus compañeros de curso, se precipita al agua y sin su intervención hubiese significado la muerte de todos esos niños que descubren sus cualidades en vivo y en directo.
Superada esta lectura, debe avanzar el análisis a lo que en materia cinematográfica nos atañe y fundamentalmente en relación al estilo y estética del film, la cual abraza la idea de comic, camuflado en una historia de invasión extraterrestre con el propósito de conquistar el planeta Tierra, para desarrollar toda la seguidilla de momentos y secuencias de acción, utilizando al máximo la digitalización para destruir literalmente la ciudad de Nueva York en una pelea cuerpo a cuerpo entre el protagonista y su antagonista el general Zod (Michael Shannon).
La balanza no se inclina para ningún costado de manera manifiesta, pues cada vez que surge una secuencia de carácter intimista con fines de desarrollo dramático sin sobre explicaciones, con una banda sonora muy acorde a las situaciones -donde por momentos Hans Zimmer se disfraza de Clint Eastwood- arremete otra cargada de caos, destrucción y despliegue visual haciendo gala de un diseño y coreografías complicadas, pero que se comprenden en la imagen y se sienten en el cuerpo como los golpes que cada uno recibe en pleno combate, donde los militares y los humanos se ven relegados en calidad de testigos.
Las bondades del 3D para una película que no fue pensada para explotar este formato no aportan demasiado a la pirotecnia visual que estalla sobre todo en la batalla final, no ocurre lo mismo en el comienzo que tiene como marco un enfrentamiento galáctico en el propio planeta de Superman, a quien el actor Henry Cavill le encuentra el sayo justo para calzarse e impregnarlo de humanidad, a pesar de la inexpresividad de su rostro.
Algo similar ocurre con la buena elección de Amy Adams para probarse el traje de Lois Lane, en las antípodas de la insípida Kate Bosworth de la olvidable Superman Returns (2006) y mucho más protagonista en la historia que la reconocida Margot Kidder de fines de los 70. Esta nueva versión que supera con creces la idea de interés amoroso para convertirse en personaje de mayor intensidad, que lucha en un mundo de hombres, genera un lugar distinto para las mujeres en este relato predominantemente masculino.
Para aquellos que no comulguen con la concepción Nolan encontrarán consuelo en la estética Snyder absolutamente presente en cada plano. No obstante, quienes hayan disfrutado de la renovada trilogía de Batman a partir de haber tomado la posta el director de Memento se reconciliarán y regocijarán con esta nueva incursión que seguramente depare más sorpresas en el futuro e inaugure un antes y un después de este icono del comic y del cine.