El regreso a la pantalla grande de quien para muchos es el primer superhéroe contaba con algunos nombres propios que excedían el del propio Superman. Nombres que sobrevolaban la película y ofrecían un halo de esperanza para un personaje cuya historia en la cultura popular no tenía una película a su altura, un film apoteótico e icónico que hiciera justicia a su trayectoria desde que en 1938 comenzara a desandar aventuras en ese mundo de cuadritos fantásticos llamado historieta.
Con esa responsabilidad sobre sus espaldas aparecía el nombre de Christopher Nolan, director devenido en guionista junto a David Goyer y responsable de hacer quizás la mejor película basada en un personaje de historietas hasta la actualidad (The Dark Knight). La dirección recayó en este caso en el siempre impredecible Zack Snyder, que sin resignar su megalomanía audiovisual, buscaba redimirse ante el público comiquero tras la fantochada de Watchmen.
Sin embargo, en este caso la dupla de guionistas pareciera haber puesto en su lugar al pirotécnico Snyder dejando que el blockbuster surja por momentos, como espasmos, y conteniendo la tendencia salvaje del director de hacerlo explotar todo a lo largo de toda la película. En ese afán, la narrativa se centra durante buena parte en Krypton, planeta que vio nacer al Hombre de Acero y donde se ven las mejores puestas en escena del film.
La estética del condenado planeta recuerda sanamente a la que el guionista y dibujante John Byrne supo imprimir en los cómics con su reconfiguración del personaje en la década del 80. La película vuelve constantemente a esa sociedad que mixtura características de la raza humana con una sociedad regida por tecnócratas que organizaron su mundo echando mano a sus recursos avanzados en manipulación genética para mantener un orden social estricto al que se le puede dar interesantes lecturas. En ese contexto, una guerra civil emerge con el General Zod (Michael Shannon) como líder y un Jor-El interpretado por Russell Crowe que advierte sobre la inminente explosión del planeta, mientras prepara una nave que enviará a su primogénito a la Tierra. Allí, en esas idas y venidas que dan inicio a la cinta, es donde se ve al mejor Snyder, recorriendo Krypton con cámaras dinámicas y una fotografía de bienvenida belleza, que por momentos hacen olvidar que estamos ante una película de Superman.
Así, con apenas algunos cursis, previsibles y aburridos flashbacks a la infancia del héroe en la granja de Smallville, nos encontramos con un Clark Kent adulto, que ha pasado su vida buscándose sin encontrarse del todo y que con 33 años aún no ha terminado de conocer sus poderes. Lejos está esta versión del personaje de la clásica figura de boy-scout bonachón en la que se acostumbra enmarcarlo. Este Clark Kent/Kal-El/Superman es más oscuro, más huraño. Sin ser un Bruce Wayne o un Logan resulta mucho más interesante así. Un héroe herido, volátil, conteniendo siempre la explosión interna, el fuego fatuo que enciende un mundo hostil e injusto que intenta comprender, como todos nosotros, pero con el poder de un Dios latiendo en un puño.
El guión esquiva la enojosa cuestión de la doble identidad. Inteligente, la dupla Nolan-Goyer omite lo que la cultura popular ya conoce, la identidad secreta del periodista timorato oculto detrás de un peinado a la cachetada y unos anteojos de marco grueso. En ese afán obviar el alter ego con todos los clichés que las películas pretéritas y el conocimiento general del personaje han internalizado en el espectador promedio, resulta un acierto. Aquí no hay un Clark Kent corriendo desesperado para cambiarse a supervelocidad en una cabina telefónica. Todos los lugares comunes del imaginario Superman son extirpados para sorpresa del fanático, que se encuentra ante un hombre de acero que rompe el molde, sin romperlo.
Henry Cavill cumple con un buen papel enfundado en las mallas azules (esta vez sin el clásico calzoncillo rojo sobre los pantalones, basándose en el nuevo diseño del traje que el dibujante Jim Lee realizó para los cómics) pero también como el hombre común que busca su origen. Detrás de él aparece un enorme Russell Crowe y un Michael Shannon a la altura del conflicto, con un rostro que mete miedo y no hace extrañar ni por un minuto a Lex Luthor, el gran ausente de esta versión. Floja, muy floja Amy Adams en su papel de Lois Lane, quizás limitada por el inexplicable papel que se le otorga y que hacen sus participaciones soporíferas, restándole ritmo al argumento.
El sello distintivo del explosivo Snyder llega sobre el final de la cinta. Y es ahí donde da rienda suelta a lo que más le gusta y mejor le sale: hacer explotar cosas. Con una baraja muy amplia de recursos técnicos, pone los efectos especiales al servicio de los superpoderes y obtiene así, una lucha bastante decente como corolario de una película que es mucho más que eso, y que demuestra nuevamente la intención de la DC Comics de diferenciarse de las cintas de Marvel, imprimiendo a sus personajes cierto carácter oscuro, que logró con creces en la trilogía de Batman y con altibajos en esta nueva versión de Superman, que sin llegar a ser una cinta épica, logra devolverle al personaje algo de la dignidad perdida.