Elementos inertes Cuando John Ostrander creó la nueva -y a la postre definitiva- versión del Escuadrón Suicida en 1987, lejos estaba la industria del cómic norteamericano de vivir su panacea cinematográfica. No obstante, e incluso por encima de personajes clásicos que desandan sus propias historias en pirotécnicos blockbusters, había algo especial en la idea del autor que hacía adivinar al grupo como una semilla fértil para la pantalla grande. Había un nosequé en este puñado de supervillanos organizados por el gobierno para realizar misiones particularmente peligrosas. Es que detrás de ese concepto, el de -a cambio de reducir sus condenas- enviar a los malos a misiones hiper arriesgadas, se leía solapadamente un manual de estilo de la política norteamericana. De los servicios de inteligencia que operan por debajo incluso de los servicios de inteligencia. De los secretos que guardan secretos que es mejor no conocer. escuadron-suicida-06 Allá quedaron esos comics clásicos de la DC. La modernidad propuso una nueva versión del grupo que tuvo una clara influencia en la que se ve en la pantalla grande. Ahí emerge la figura de Harley Quinn y se mantienen, como vestigios clásicos, Deadshot y el Capitán Boomerang, entre otros tantos. Y curiosamente, al igual que sucedió en las historietas, en el cine DC comete un error de principante: intentar edulcorar un producto cuya calidad radica en su crudeza. Nadie sabe (o al menos quien escribe) cuáles fueron los argumentos editoriales para llenar de colores el Suicide Squad moderno de las historietas. En el cine, sin embargo, se adivinan: reseñas despiadadas con el tono oscuro de «Batman Vs. Superman: Dawn of Justice» y «Man of Steel», críticos que reclamaban mayor liviandad, más entretenimiento, en cierta forma marvelizar un poco el material por venir, cayendo en la inevitable comparación con el exitoso trabajo que la competencia realiza en cada una de sus incursiones en el séptimo arte. El resultado, muy a pesar del obstinado director David Ayer, no es bueno. Suicide Squad es una película insípida, mal editada, de un humor forzado y de pocas luces. Sus personajes resultan por momentos ridículos y ni siquiera salvan en conjunto las intervenciones de Margot Robbie, una de las cartas fuertes de la franquicia, ni del a priori prometedor Joker de Jared Leto, que en este caso está más cerca de un matón afroamericano que del psicópata impredecible que todos esperamos ver. escuadron-suicida-03 Los directivos de DC pecaron de pechos fríos. Dieron el brazo a torcer y la decisión no fue la acertada. Era la oportunidad de consolidar una manera de hacer cine de superhéroes desde una nueva perspectiva, como Christopher Nolan demostró con su trilogía de Batman es posible hacer. Pero Ayer no es Nolan y por eso en este caso el enemigo no es un supergrupo soviético y mucho menos (¡MUCHO MENOS!) terroristas islámicos agrupados bajo el nombre de la Jihad como en los gloriosos cómics de la década del 80, sino más bien una amenaza sobrenatural bastante confusa que sin embargo no puede con el embate de contrincantes que usan boomerangs y bates de baseball. Las dos horas de historia transcurren inertes. Una película de carencias que quizás entretenga por un rato al espectador ocasional y que no llegará a indignar al fanático acérrimo. Lejos de la decepción que supo provocar Green Lantern (2011) o la indignación de Fantastic Four (2015), Suicide Squad no logra generar absolutamente nada, y eso, para una película de sus características, es una falencia de proporciones.
Poder Absoluto El tiempo pondrá a «Batman vs. Superman: Dawn of Justice» en el lugar que se merece. A saber, el de una de las películas más logradas del subgénero superhéroico, ese que desde hace un tiempo llegó para quedar en el imaginario popular del cine como una especie de western moderno, provocando escozor en los puristas y eufóricos placeres en los amantes del cómic y la ciencia ficción en general. En términos cinematográficos, Zack Snyder vuelve a tomar entre sus manos un artefacto explosivo altamente volátil. El director aborda la misión de dar forma a la primera película que reúne a los dos personajes más icónicos no solo de la editorial DC sino de la cultura de masas. Ahí están el Hombre de Acero y El Caballero Oscuro con su mitología a cuestas y una horda de fanáticos aguardando famélicos. El desafío era alto, y aunque fiel a su estilo -el mismo que lo llevó a destruir «Watchmen» (2009) quizás la mejor novela gráfica jamás escrita- en este caso Snyder sale airoso, creando una película oscura, violenta, rabiosa y de acción trepidante, que representa un gran y promisorio comienzo para la apuesta más seria de la DC Comics en la pantalla grande. bvs-7 El título elegido, una obvia e inteligente estrategia publicitaria, es algo más que una anécdota. La batalla entre ambos héroes no es sino una excusa para construir el prólogo de lo que será el derrotero de la editorial en el cine con un aluvión de películas ya anunciadas que desembocarán en la Justice League, el equivalente que esta vereda tiene de Avengers. Y con esa intención, todo se lleva a cabo con precisión e inteligencia. La historia está atravesada por guiños para los fanáticos y anticipos de lo que vendrá. Caldo de cultivo para el fervor comiquero. Con todo, las dos horas y media de película transcurren entre las volcánicas escenas de acción, -debilidad del director- los anticipos, destacadas actuaciones y un delicioso ejercicio intertextual con historias clásicas de la narrativa dibujada. Así, a la referencia obvia a «The Dark Knight Returns» (Frank Miller, 1986) se suman la de «Superman: Red Son» (Mark Millar, 2003), «Crisis on Infinite Earths» (Marv Wolfman y George Perez, 1985) y «The Death of Superman» (varios autores, 1992) entre muchos otros. El guion de Chris Terrio y David S. Goyer marca una distancia insoslayable con el cine de superhéroes realizado hasta el momento, monopolizado en al menos un 90% por las producciones de Marvel Cómics, y como si fuera una extensión natural de lo que ambas editoriales supieron proponer en materia de comics, construyen una historia lúgubre, de tintes oscuros, sin lugar para el humor y con muy poco espacio para el público infantil. Se reemplaza la colorida pirotecnia de Avengers por un escenario de terror, de psiquis retorcidas, pasados tortuosos y mentes enfermas. bvs-6 En ese lugar surge un enorme Jesse Eisenberg, que reformula a Lex Luthor dandole a su innata megalomanía los rasgos de un psicótico que por momentos recuerda al mejor Joker de Heath Ledger. Eisenberg es la llave maestra de un guión que avanza a través de su personaje, que si bien no respeta las características propias del que desanda su maldad en las páginas de Superman, convence por la soberbia interpretación del actor. Gal Gadot deslumbra como una Wonder Woman largamente esperada en la pantalla grande. Su versión de la amazona convence de punta a punta y genera expectativa en torno a la película que la tendrá como protagonista. bvs-2 Detrás de ellos (sí, detrás) aparece el cuestionado (a cuenta) Batman de Ben Affleck, que logra sobreponerse al prejuicio popular como un convincente Hombre Murciélago. Más adusto que el de Christian Bale, su inmediato predecesor en la pantalla grande, pero también más furioso, traumado y violento. El Batman de Affleck se deglute al Bruce Wayne de Affleck, recordando saludablemente a la versión (otra vez) de Frank Miller y dando forma a una caracterización sólida, que seguirá siendo el epicentro de la polémica quizás más por la elección del actor que por el resultado final del experimento. Henry Cavill repite la buena tarea como el Superman sombrio que llevó adelante en «Man of Steel» (2013) sumándole en este caso el contrapunto del álter ego humano del superhéroe, Clark Kent, sin que la historia se detenga demasiado en él. Y es quizás ese el aspecto más destacable de la película terminada. Concientes de que tienen entre manos un producto icónico del arte industrial, de consumo masivo y conocimiento popular, director y guionistas no se demoran en cuestiones que ya se trataron hasta el cansancio con anterioridad, y elipsis tras elipsis, avanzan evitando el hastío. Se da por supuesto, criteriosmente, que el espectador ya conoce el origen de Batman, de Superman, los pormenores de sus identidades secretas y las características propias de los personajes. Así que se omite lo que tácitamente ya está instalado en el conocimiento colectivo y se da paso a una historia nueva, sin vueltas ni rodeos. bvs-9 «Batman vs. Superman: Dawn of Justice» confirma lo que DC ya demostró con la trilogía de Batman dirigida por Christopher Nolan: existe otra manera de realizar cine de superhéroes. Una más adulta y repleta de matices, con segundas lecturas, creada para algo más que satisfacer las necesidades de un mercado voraz. Como lo hiciera alguna vez con sus cómics, sienta jurisprudencia y hace escuela. Resta esperar con ansiedad desesperante lo que vendrá, que promete un puñado de grandes historias extrapoladas desde un genial e infinito universo de viñetas.
Colores Puros Las idas y vueltas para la realización de la octava película de Quentin Tarantino, tal y como él mismo se encarga de aclarar en unos créditos de tipografía a tono con una estética que viajó impoluta desde «Reservoir Dogs» (1992) hasta ahora, permitieron que contrariamente con sus trabajos anteriores el enigma en torno al producto final no sea tan pronunciado. A priori, «The Hateful Eight» asomaba -por ser la segunda incursión del director navegando las turbulentas aguas del género western- como la continuidad natural de «Django Unchained» (2013). Sin embargo estamos ante un trabajo que encuentra más puntos coincidentes con «Inglourious Basterds» (2009) que con la cinta que protagonizara Jamie Foxx. THE HATEFUL EIGHT Me explico: estamos asistiendo a la película más política de Tarantino, quien recrea un escenario reciente de la postguerra civil norteamericana donde desperdiga su arsenal acostumbrado de personajes carismáticos llamados a formar parte ad eternum de la cultura de masas. En ese contexto, aprovecha para plantar bandera y desde un lugar muy sutil, presentar un menú de las idiosincrasias del Siglo XIX y por propiedad transitiva apelar al sarcasmo para evidenciar la vigencia del rancio pensamiento de una burguesía yankee aún vigente. En épocas de marcadas diferencias raciales Tarantino toma postura en una película de diálogos, de extensos y férvidos diálogos. Léxicos rabiosos acunados en tomas eternas que van del plano general con el que da inicio la historia a los primeros planos que introducen a algunos de los personajes principales durante el viaje en diligencia donde los abismos ideológicos comienzan a presentarse como un protagonista insoslayable. Otra grieta. Tarantino se reinventa. Se inmola y reconstruye a lo largo de tres horas en las que nuevamente acciona su férvido fanátismo por el western sin abandonar nunca la tónica que hace tan reconocible su cine. Ese fanatismo que en Kill Bill fue por el cine de artes marciales y la cultura oriental. Esa locura por la narrativa audiovisual que permite al espectador avezado deleitarse con la sospechosa similitud de Jennifer Jason Leigh con la Carrie de Sissy Spacek y Brian De Palma y con la pegajosa brutalidad Cronenbergiana que atraviesa longitudinalmente una historia concatenada con perfección de relojería. THE HATEFUL EIGHT Con esos elementos arma el rompecabezas de un guión erigido en torno a un puñado de parias, buscavidas y sobrevivientes de una guerra implacable. Con ellos, el director convierte una hosteria de mala muerte en los Estados Unidos del sur Confederado y el norte de la Unión, con los respectivos actores sociales de un país dividido cuyos estratos raciales y económicos constituyen un verdadero abismo. En esa coyuntura emerge el racismo como temática central, solapada en una trama propia del género que recuerda los enigmas del Hitchcock de «Dial M for Murder» (1954) o «The 39 Steps» (1935). THE HATEFUL EIGHT Y como si fuera una metáfora de su actor fetiche, es detrás del personaje de Samuel L. Jackson que Tarantino, como dije, toma partido. El personaje del negro que sirvió al ejército que luchó para abolir la esclavitud envía constantes dardos subliminales sobre el pensamiento del director acerca del segregacionismo. Así como los bastardos bajo las órdenes de Aldo Raine mataban nazis a sangre fría, Marquis Warren repudia a fuerza de plomo a quien ose legitimar la ya abolida esclavitud, con una falsa carta de Lincoln como fuero. Y a pesar de que en este juego moral no hay héroes sino más bien un hatajo de sociópatas presentados como villanos, el relato que promedia la historia traza una línea clara: el racismo en cualquiera de sus formas merece el mayor de los repudios, aunque en este caso y a favor de la historia, sea presentado como una humillación de proporciones inconmensurables como una licencia poética grotesca. El cuadro es completado por un equipo de actores liderados por un Kurt Russell interminable, un Tim Roth genial y un sorprendente Walton Goggins. Michael Madsen vuelve a interpretar el mismo personaje que Tarantino parece haber creado para él -esta ocasión como un apático cowboy- y Jason Leigh da forma a su mejor papel desde «Single White Female» (1992) como una bizarra forajida en tiempos donde la villanía parecía una cuestión exclusivamente masculina. Quentin Tarantino consigue una vez más sacudir los cimientos del establishment hollywoodense haciendo gala de cierta impunidad que le otorgó su talento como director y guionista. Resta esperar sus próximos trabajos con la paciencia adamantina de quien aguarda el paso de una inclemente tormenta de nieve.
El becerro de oro El universo cinematográfico de la Marvel Cómics lo consiguió. Con una apuesta ambiciosa y a largo plazo logró instalarse con fuerza en el mercado popular y generar con cada una de sus producciones una expectativa inusitada una década atrás en torno a una película de superhéroes. El imaginario colectivo ahora reconoce a los Avengers y a cada uno de sus miembros, que aparecen en forma de merchandasing en todos los rincones. La ‘Casa de las Ideas’ hizo que el grupo como conjunto se convierta en una entidad tan popular como cada uno de sus integrantes individualmente. Y esto se debe al buen trabajo que en líneas generales se realizó desde la salida la primera parte de ‘Iron Man‘ en 2008. Con luces y sombras, el hilo conductor que condujo al resto de los largometrajes y finalmente a ese maravilloso blockbuster que fue ‘Avengers‘ siempre fue coherente desde un lugar narrativo y estético, hasta ahora. Por que inexplicablemente, en ‘Age of Ultron‘ el director y guionista Joss Whedon pretende dotar a la cinta de un clima oscuro no demasiado propio con la tónica que supo imprimir en el capítulo anterior de la saga y que recorrió en mayor o menor medida cada película de la Marvel. El resultado es un gris incierto atravesado longitudinalmente por secuencias de acción constantes e interminables con enlaces que convierten al largometraje en una elipsis de más de dos horas donde demasiados detalles del argumento son dados por supuestos en una decisión , por lo menos, poco saludable. Lo expuesto no significa que estemos ante una mala película. Nuevamente Marvel consigue un tanque de proporciones descomunales con momentos de lograda factura. Sin embargo, la sensación general es que el espectador está idolatrando un becerro de oro, un ídolo de barro creado por la enorme expectativa creada alrededor de la cinta, excitación que puede jugar en contra si no existe la voluntad de despojarse del fanático frenesí que antecede la llegada de cada película hija de las viñetas. Así pues, una mirada menos febril seguramente nos permitirá un análisis más nutritivo, ese mismo que nos haga cuestionar lo antedicho: el clima gris, la falencia narrativa y el estancamiento de los personajes, con la salvedad de un Hulk cada vez más interesante que a esta altura ya merece una (otra) película propia que aproveche la inspiración de Mark Ruffalo al frente del gigante esmeralda, de la Visión de Paul Bettany y algo detrás, de Hawkeye. Porque si bien el carisma del Tony Stark de Robert Downey Jr. es destacable, ya es tiempo que la franquicia encuentre nuevos condimentos, esos mismos que no consiguió con la inclusión de los gemelos mutantes Quicksilver y Scarlett Witch (aquí devenidos en experimentos por una cuestión de derechos que continúa impidiendo el cruce del universo Avenger con el de X-Men) cuyas apariciones son casi anecdóticas en un argumento centrado en la catástrofe que procede a la aparición del megalómano Ultrón, villano de turno creado accidentalmente, una forma de inteligencia artificial decidida a extinguir la raza humana con motivos poco claros y métodos confusos que sirven como excusa para el torbellino de acción que domina la más de dos horas que dura la historia. El resultado es más de lo mismo. Una película de un montaje descomunal y recursos técnicos de vanguardia puestos al servicio del más impresionante cine de acción. Pero más de lo mismo. Pan con pan. No hay evolución alguna y la sensación es asistir a un refrito de todas las películas anteriores, lo que resulta decepcionante. ‘Age of Ultrón‘, entonces, que prometía ser la apoteosis de la propuestas de Marvel en la pantalla grande se convierte en un mero escalón a la próxima entrega de Avengers, como bien lo delatan los últimos 20 minutos de película y el ya clásico after crédit. Solo queda esperar que el gran paso sea dado en ‘Infinity War‘, la anunciada tercera parte del supergrupo, de lo contrario seguiremos ante un producto hijo de un mercado caníbal, que no haga honor a un medio de expresión artística tan bastardeado como la historieta.
Vaya osadía la de Damián Szifron atreverse a poner en pantalla una película que bajo el manto del humor negro tiene como único objetivo revelar la miseria humana, esa que excede estratos sociales y brota desde lo más profunda entraña. Con Relatos Salvajes el director propone un análisis antropológico que tiene su génesis en su propio desencanto. Lo que se ve no es sino la visión de un hombre hastiado de una vileza que atestiguamos a diario y que hemos convertido en un peligroso hábito. Repleta de gags y pasajes bizarros -recursos que no edulcoran un mensaje bastante perturbador- el director y guionista decide a través de seis historias independientes hacer una radiografía del comportamiento, diseccionando la conducta de personas a priori completamente distintas, pero que une con una línea imaginaria que es su repulsión por el hombre. Szifron propone una narrativa lineal con un estupendo uso de cámaras y una estética convencional, que convierte a sus personajes en sujetos que en algún momento nos resultan familiares. No existe la pretensión de crear una figura icónica (aunque el personaje de una Érica Rivas inspiradísima está llamado a quedar en el recuerdo del cine nacional) sino la reverberación de personas con las que probablemente nos topemos a diario y de -porque no- nosotros mismos. relatos-salvajes-f2 A esto se suma una seguidilla de grandes interpretaciones que encuentran sus puntos más altos en el acaudalado terrateniente de Oscar Martínez, el hipernervioso ingeniero de Ricardo Darín (que por momentos recuerda al mejor Michael Douglas en Falling Down) y la mencionada novia neurótica de Rivas, un personaje digno del Woody Allen más reciente que da forma a quizás el mejor de los cortos que componen el largometraje, una metáfora descarnada de las relaciones modernas sintetizada en una demencial fiesta de casamiento que pretende ser un segmento representativo de la vida conyugal. relatos-salvajes-f7 Pero a esa altura la película ya dejó atrás las historias que encabezan Darío Grandinetti, Leo Sbaraglia y el binomio Julieta Zylberberg/Rita Cortese. Salvo en el último, donde se contraponen el ‘ser’ con el ‘deber ser’ (cuestionando incluso conceptos como la misma libertad) el humor es puesto en primer plano para atenuar el violento contenido de dos guiones donde Szifron vuelve a lucirse hiperbolizando la cotidianidad. Con todo, Relatos Salvajes ha logrado captar la atención de un público masivo hacia una obra que escapa a convencionalismos y abre el camino a futuros trabajos de un realizador que ya supo patear el tablero televisivo argentino con su genial Los Simuladores. relatos-salvajes-f8 Debajo del raid mediático del autor, que expuso sus posiciones predilectas en las mesas más rancias, se encuentra la semilla de un cine que debería emerger con mayor asiduidad en nuestro país. Algo más que una excusa para pasar el tiempo, obras baladíes sin demasiada torta debajo del merengue.
Vivir y dejar morir Hollywood no pierde el tiempo y ante la abulia generalizada de propuestas, toma a uno de sus directores de moda, un puñado de sus mejores actores y comienza a cocinar una de las recetas que siempre le ha dado resultado: el denuncismo edulcorado. Así, con los ingredientes ya conocidos da forma a una película más que correcta, con aroma Pulp que promete un drama político, una comedia satírica y un policial negro. El resultado es un híbrido cuyo principal encanto radica en las buenas actuaciones, la gran ambientación y los giros en un guión bien concatenado. Tras “The Fighter” y la sobrevalorada “Silver Lining Playbooks”, el director David O. Russell pareciera haber encontrado su once ideal, como tantos otros directores de ese monstruo ingente y avasallante que es la industria cinematográfica yankee. Con Christian Bale, Amy Adams, Jennifer Lawrence y Bradley Cooper en su equipo, el director navega aguas calmas que le permiten ser un timonel firme pero que al mismo tiempo, no promete demasiadas sorpresas. En esta oportunidad su mano es sólida y su narrativa ágil, todo sostenido en un enorme Christian Bale y una Jennifer Lawrence que pide a gritos un papel más jugado. Y es que tanto Mr. Batman como de la blonda del momento están configurados para ser recordados cada vez que se hable de esta cinta. Él, por el caricaturesco boceto de un don nadie devenido en estafador maestro que resulta fascinante por mucho más que sus vicisitudes capilares. Ella, porque encarna su personaje más interesante desde “Winter’s Bone”, una neurótica ama de casa cuyo aburrimiento convierte en un arma letal capaz de arruinar cualquier vida, incluida la suya propia, y porque parece ser la única capaz de no perder el encanto jamás, incluso aullando a Paul McCartney ataviada con guantes de goma amarillos. Y ante la evidencia, no queda más remedio que admitirlo: Russell sabe como hacer que sus personajes no pasen desapercibidos. Porque a los sobresalientes ejemplos mencionados hay que sumar a la encantadora timadora enamorada de Amy Adams, que recuerda por su confusión amorosa y cierto aspecto naif oculto detrás de su impronta de femme fatale a la Julia Roberts de “Closer”; y al insoportable agente del FBI de Bradley Copper con su inefable patetismo a cuestas. Eso, sumado a la oportuna aparición de Robert De Niro como el magnate mafioso propietario de casinos, que lleva sin escalas a su mejor etapa bajo la dirección de Scorsese hace que ese guiño para los nostálgicos le sume puntos al trabajo terminado. Recapitulando podríamos decir que ese denuncismo edulcorado es tal solo porque representa una excusa del director para exaltar las capacidades interpretativas de sus dirigidos. Detrás está esa trama confusa de coimas y micrófonos ocultos que decanta hacia la ficción más absoluta y deja de profundizar en eso que en algún momento se intentó denunciar, por lo que a pesar de la advertencia que al comienzo de la película reza que la historia “ha sido real en muchas ocasiones”, nos encontramos con una pieza cinematográfica que es más bien una magistral clase de actuación de dos horas y fracción.
El regreso a la pantalla grande de quien para muchos es el primer superhéroe contaba con algunos nombres propios que excedían el del propio Superman. Nombres que sobrevolaban la película y ofrecían un halo de esperanza para un personaje cuya historia en la cultura popular no tenía una película a su altura, un film apoteótico e icónico que hiciera justicia a su trayectoria desde que en 1938 comenzara a desandar aventuras en ese mundo de cuadritos fantásticos llamado historieta. Con esa responsabilidad sobre sus espaldas aparecía el nombre de Christopher Nolan, director devenido en guionista junto a David Goyer y responsable de hacer quizás la mejor película basada en un personaje de historietas hasta la actualidad (The Dark Knight). La dirección recayó en este caso en el siempre impredecible Zack Snyder, que sin resignar su megalomanía audiovisual, buscaba redimirse ante el público comiquero tras la fantochada de Watchmen. Sin embargo, en este caso la dupla de guionistas pareciera haber puesto en su lugar al pirotécnico Snyder dejando que el blockbuster surja por momentos, como espasmos, y conteniendo la tendencia salvaje del director de hacerlo explotar todo a lo largo de toda la película. En ese afán, la narrativa se centra durante buena parte en Krypton, planeta que vio nacer al Hombre de Acero y donde se ven las mejores puestas en escena del film. La estética del condenado planeta recuerda sanamente a la que el guionista y dibujante John Byrne supo imprimir en los cómics con su reconfiguración del personaje en la década del 80. La película vuelve constantemente a esa sociedad que mixtura características de la raza humana con una sociedad regida por tecnócratas que organizaron su mundo echando mano a sus recursos avanzados en manipulación genética para mantener un orden social estricto al que se le puede dar interesantes lecturas. En ese contexto, una guerra civil emerge con el General Zod (Michael Shannon) como líder y un Jor-El interpretado por Russell Crowe que advierte sobre la inminente explosión del planeta, mientras prepara una nave que enviará a su primogénito a la Tierra. Allí, en esas idas y venidas que dan inicio a la cinta, es donde se ve al mejor Snyder, recorriendo Krypton con cámaras dinámicas y una fotografía de bienvenida belleza, que por momentos hacen olvidar que estamos ante una película de Superman. Así, con apenas algunos cursis, previsibles y aburridos flashbacks a la infancia del héroe en la granja de Smallville, nos encontramos con un Clark Kent adulto, que ha pasado su vida buscándose sin encontrarse del todo y que con 33 años aún no ha terminado de conocer sus poderes. Lejos está esta versión del personaje de la clásica figura de boy-scout bonachón en la que se acostumbra enmarcarlo. Este Clark Kent/Kal-El/Superman es más oscuro, más huraño. Sin ser un Bruce Wayne o un Logan resulta mucho más interesante así. Un héroe herido, volátil, conteniendo siempre la explosión interna, el fuego fatuo que enciende un mundo hostil e injusto que intenta comprender, como todos nosotros, pero con el poder de un Dios latiendo en un puño. El guión esquiva la enojosa cuestión de la doble identidad. Inteligente, la dupla Nolan-Goyer omite lo que la cultura popular ya conoce, la identidad secreta del periodista timorato oculto detrás de un peinado a la cachetada y unos anteojos de marco grueso. En ese afán obviar el alter ego con todos los clichés que las películas pretéritas y el conocimiento general del personaje han internalizado en el espectador promedio, resulta un acierto. Aquí no hay un Clark Kent corriendo desesperado para cambiarse a supervelocidad en una cabina telefónica. Todos los lugares comunes del imaginario Superman son extirpados para sorpresa del fanático, que se encuentra ante un hombre de acero que rompe el molde, sin romperlo. Henry Cavill cumple con un buen papel enfundado en las mallas azules (esta vez sin el clásico calzoncillo rojo sobre los pantalones, basándose en el nuevo diseño del traje que el dibujante Jim Lee realizó para los cómics) pero también como el hombre común que busca su origen. Detrás de él aparece un enorme Russell Crowe y un Michael Shannon a la altura del conflicto, con un rostro que mete miedo y no hace extrañar ni por un minuto a Lex Luthor, el gran ausente de esta versión. Floja, muy floja Amy Adams en su papel de Lois Lane, quizás limitada por el inexplicable papel que se le otorga y que hacen sus participaciones soporíferas, restándole ritmo al argumento. El sello distintivo del explosivo Snyder llega sobre el final de la cinta. Y es ahí donde da rienda suelta a lo que más le gusta y mejor le sale: hacer explotar cosas. Con una baraja muy amplia de recursos técnicos, pone los efectos especiales al servicio de los superpoderes y obtiene así, una lucha bastante decente como corolario de una película que es mucho más que eso, y que demuestra nuevamente la intención de la DC Comics de diferenciarse de las cintas de Marvel, imprimiendo a sus personajes cierto carácter oscuro, que logró con creces en la trilogía de Batman y con altibajos en esta nueva versión de Superman, que sin llegar a ser una cinta épica, logra devolverle al personaje algo de la dignidad perdida.
La mesa está servida Es difícil al intentar escribir una reseña de Django Unchained no autoreciclarme. Porque para dar un contexto a esta nueva película de Quentin Tarantino, parece inevitable subrayar el enciclopédico conocimiento del autor de géneros como el western –y su subgénero más celebrado, el Spaghetti- el cine de artes marciales y la estética de la novela negra y el movimiento blaxploitation, como ya lo hice anteriormente. Sin embargo, y a diferencia de sus trabajos pretéritos, esta vez Tarantino apuesta a rendir tributo al árido cine de Sergio Leone y Clint Eastwood. Con su particular visión de un universo repleto de etiquetas, quiebra el molde con la descabellada propuesta de un cowboy negro montando en pelo en el segregacionista sur de los Estados Unidos de finales del Siglo XIX. Así, con la idea puesta sobre la mesa, despliega nuevamente su arsenal de recursos técnicos y estéticos para dar forma a un cúmulo de ideas originales que transitan un derrotero narrativo ágil y sin fisuras. Un ejercicio cinematográfico que si bien hemos visto en sus anteriores películas, está en este caso trabajado en función de evitar la repetición cíclica, sin que esto signifique renunciar al sello distintivo y ya casi nobiliario del universo Tarantino. Django sin Cadenas En su película más larga (mas no más ambiciosa) el director recorta con una tijera cuyo filo asomó también en “Inglourious Basterds” un universo paralelo. Como en su anterior trabajo donde un grupo de judíos cazaba nazis en la Francia ocupada, en este contexto un esclavo negro obtiene su libertad y vestido de cowboy mata blancos por dinero y, por supuesto, por venganza, sentimiento que ha emergido casi como un leitmotiv en los guiones del director. Locuras fuera de contexto que hacen a la historia y que gracias a la buena conformación de los personajes, no parecen descabelladas aún siéndolo. Y ese logro es en gran medida mérito del excelente trabajo individual de los actores. Enorme Christoph Waltz en el papel del doctor King Schultz, un cazarecompensas disfrazado de dentista que destaca no solo por sus finos modales e histrionismo sino también por su particular manera de asesinar gente con una afable sonrisa que acentúa una sangre fría escalofriante. No es casual que se elija siempre hablar de Waltz ante que del Django de Jamie Foxx. Si bien el moreno no desentona es eclipsado totalmente por el austriaco, y también por un Samuel L. Jackson delicioso, caracterizado como un esclavo de 75 años que ha pasado toda su vida bajo al servicio de una familia acomodada y cuya idea segregacionista es tan radical como la del más rancio terrateniente blanco del sur yankee. Un negro que delezna a los negros. Una contradicción antropológica absurda que asusta por su verosimilitud con el (absurdo) mundo real. Jamie Foxx en Django sin Cadenas Tarantino vuelve a hacer cine con los zapatos (en este caso las botas) del fanático orgullosamente puestas. Vomita en la pantalla la estética distintiva del Western, con planos generales de los interminables e inhóspitos caminos que transitaban caballos y diligencias y una fotografía destacable que por momentos recuerda mucho al volumen 2 de “Kill Bill”, así como el tiroteo en la casa mayor del bastante insípido Monsieur Candie de Leonardo DiCaprio, remite directamente a la épica batalla de Beatrix Kiddo/The Bride con los Crazy 88, en el volumen 1 de la perfecta película que beatificó a Uma Thurman. El inicio de la cinta remite directamente al “Río Bravo” de Howard Hawks y la inclusión de Franco Nero es un guiño para fanáticos acérrimos que disfrutaron de la original “Django” de Sergio Corbucci. El homenaje a las obras que lo formaron como realizador, vuelve a rendir sus frutos en esta (¿la última?) cinta. Llamado a ser uno de los directores contemporáneos más consecuentes en su trabajo, capaz que atraer al crítico más cerrado y al público masivo en igual medida, en “Django Unchained” Tarantino sirve una mesa repleta de vino rosso y apetitosos spaghettis.
Existe una dificultad con la que deben lidiar todos los realizadores que se topen con Judge Dredd. Se trata de una premisa engorrosa basada en los preceptos a través de los cuales fue creado no solo el personaje, sino todo su universo imaginario: estamos ante un antihéroe abiertamente fascista. Así, cada artista que ha tomado las riendas de la historia del policía futurista no sólo debía crear un buen argumento, sino balancearse con criterio para manejar esa distopía totalitaria y caótica que es Megacity sin ser acusado de tráfico de influencias.
Otra vez Pablo Trapero viene a inyectarnos directamente en el lóbulo frontal una dosis sin diluir de malvenida realidad. Para evitar preambulos, bien podríamos estar ante la mejor película argentina de los últimos 10 años. “Elefante Blanco” es una patada en el pecho para quienes nacimos en este bendito país y al mismo tiempo un excelente ejercicio denuncista. Un reflejo sin distorsiones de la Argentina contemporánea, de sus instituciones, de sus hombres y mujeres. Los rasgos identitarios de la cultura villera fluyen a través del lente de un director audaz y comprometido que logra un producto final tan filoso como necesario gracias a un guión sólido, descarnado y contundente.