Ese asunto de la ventana
El hombre de al lado. Es decir, hay una persona acá y hay otra persona del otro lado. Acá, Leonardo (Rafael Spregelburd) un diseñador fruncido que tiene el mundo a sus pies; del otro lado, Víctor (Daniel Aráoz), un militante de la grasada. El acá y el otro lado es la construcción de todo un universo de diferencias socioculturales. Leonardo vive en la casa Curuchet de La Plata, famoso inmueble construido por Le Corbusier. Víctor, justo en el patio interno de Leonardo, quiere abrir una ventana para capturar unos rayitos de sol. Obvio: el diseñador saca a relucir toda su teoría estético-legal-snobista-pelotuda para prohibirle continuar. Que sí, que no, que por favor, que ni se te ocurra, que amenaza, que te quiero, que seamos amigos, entre cortocircuitos se va ensamblando una comedia que reúne críticas certeras a los caprichos de una familia que entiende que el contacto con un ser humano por afuera de sus códigos representa, textualmente, un viaje antropológico.
El hallazgo de la película es el registro actoral, cada personaje cumple su rol con brillo, Víctor es un tipo con calle y muchísimo carisma, Leonardo es un intelectual cotizado que se da el lujo de echar a la prensa especializada de su casa. Hay no menos de diez frases de Víctor que serían un hit si aparecieran en cualquier novela de las nueve de la noche. El personaje de la esposa del diseñador es un estereotipo, pero está bien utilizado, es la mujer con ínfulas, la que todo le cae mal, la que no le tiembla el pulso para dar órdenes y convertir su rostro en un trasero. Al grano: la conchuda. Igual que la hija, encerrada en su habitación con la cabeza atascada en un ipod fucsia de 160 gb. Leonardo cree que su ombligo es el punto cero del big Bang. Todo encaja sin caer en regionalismos (o gags demasiado argentinos), El hombre de al lado podría perfectamente subtitularse y recorrer cines de países europeos, funcionaría sin obstáculos.
El error es la imposibilidad de cerrar la historia. La película avanza con idas y vueltas inteligentes, incluso con buenos recursos narrativos, es notable que la cámara casi no sale de la casa, es pura potencia de diálogo. El final parece incrustado, copiado y pegado del noticiero de América 24. Balas, sangre, una muerte agónica en plano detalle. No había necesidad. Es claro que faltó una última idea para hilar y concluir la muy buena historia que lleva adelante la dupla Gastón Duprat – Mariano Cohn desde la dirección (hay fuertes puntos de encuentro con El artista, su film anterior, la línea de comedia está apuntada en la misma dirección: el paralelo entre el snobismo y el autismo), y Andrés Duprat en el guión. Aún con esa falla, la película sale bien parada, vale la pena soltar unas cuantas carcajadas durante el desarrollo.