¿Mi vecino el asesino? ¿Peligro en la intimidad?
El primer plano de la película da cierta idea de ecuanimidad. Alguien embiste a mazazos contra una pared, lo que se muestra desde ambos lados, a dos cámaras, en split screen. De un lado de la medianera vive Leonardo, un diseñador bastante snob y algo soberbio que alcanzó el éxito y ahora parece estar más preocupado por los negocios que por sus creaciones. Junto a su esposa y su hija preadolescente habita la imponente Casa Curuchet de La Plata, única construcción del arquitecto Le Corbusier en América latina. Su vecino, ladrillos de por medio, es Víctor, posible vendedor de autos usados con mucha pinta de chanta. Quiere colocar una ventana en su casa "para atrapar una rayitos de sol", según explica. Pero esa abertura da justo al living de Leonardo, a su intimidad, por lo que el conflicto parece inevitable.
Este es el planteo básico de El hombre de al lado, la última obra de Gastón Duprat y Mariano Cohn, ganadora del premio al Mejor Película Argentina -compartido con TL-2, la felicidad es una leyenda urbana, de Tetsuo Lumière- en el 24° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. A partir de ahí se ponen en juego el mundo del diseño y su snobismo (desde una mirada irónica), una relación conflictiva entre padre e hija, un matrimonio opaco y, por supuesto, las diferencias de clase entre los vecinos en conflicto.
Pero el tema central gira en torno a los prejuicios. ¿Con qué elementos formamos una idea de alguien? ¿Alcanzan las apariencias para trazar el perfil de una persona? En momentos en que la estigmatización parece ser moneda corriente en Argentina la película -sin pretensiones filosóficas pero con la profundidad necesaria- desafía la percepción del espectador. Mientras que El artista (2008) caía de a ratos en la estructura de aquello que buscaba cuestionar (una película interesante, podría decir algún snob mientras se acaricia el mentón con el índice y el pulgar), aquí todo está mejor pulido y forma y fondo, si es que aún vale la diferenciación, van de la mano.
Las apariencias engañan
"En el terreno de la interpretación su mirada ideológica dará lugar a más de una controversia", escribió Diego Battle en Otros Cines. Bien mirada, la película no debería generar ninguna polémica porque se decide por el único camino posible. La imparcialidad inicial se mantendrá hasta el final. Recién ahí, otra vez con un solo plano, sentará posición. Sin intenciones de adelantar detalles de la trama -menos aún para una obra que muy pocos pudieron ver- se pude decir que cada escena, cada plano deja en claro quién es cada uno de los protagonistas. A diferencia de las películas de Juan José Campanella (en especial Luna de Avellaneda), donde sólo elementos externos a la acción -una concepción de los personajes previa a lo narrado- pueden evitar que el disparo salga por la culata, aquí el asunto funciona al revés. Todo está controlado y las apariencias, entonces, no hacen más que engañar.
Quizá el final sea un tanto abrupto, y a la película le hubiese venido mejor reposar unos minutos. Quizá por momentos la narración caiga en algunas digresiones. Pero aún con sus problemas El hombre de al lado será sin dudas uno de los grandes estrenos del año próximo. Mientras una parte del cine nacional parece no haberse enterado de la aparición de Pizza, birra, faso (1997) y otra -con más profesionalismo y mejores ideas, es cierto- no hace mucho más que putear contra el Incaa, Cohn y Duprat ya realizaron dos películas sorprendentes. Quizá lo que moleste a una parte de la crítica es que dos tipos que vienen de la televisión (donde realizaron algunas producciones deplorables), directores un documental (Yo Presidente, 2006) tan insustancial como apolítico, sean los responsables de dos de las más interesante realizaciones que el cine argentino ofreció en el último par de años.