Sarcasmos sobre diferencias sociales
La combinación de tensión narrativa (con pinceladas de suspenso y humor), calidad formal y entrelíneas controversiales en torno a diferencias de clase, convierten al tercer largometraje de Mariano Cohn (1975, Villa Ballester, pcia. de Buenos Aires) y Gastón Duprat (1969, Bahía Blanca, pcia. de Buenos Aires) en un producto curioso, original en el contexto del cine argentino actual.
El pretexto para desplegar sarcasmos es el enfrentamiento de Leonardo, arquitecto y diseñador, habitante con su esposa y su hija de una sofisticada casona (la casa Curutchet, creada en 1948 por el pintor y arquitecto franco-suizo Le Corbusier en La Plata, que en la realidad está abierta al público), con Víctor, un vecino que lo sorprende abriendo una ventana que reduciría su privacidad. Uno es agradable y elegante pero hipócrita, calculador y cobarde; el otro es puro instinto, llano, imprudente, de reacciones imprevisibles. “Sólo quiero un rayito de sol”, reclama Víctor, y su demanda parece contener otras, frente al confort displicente de su vecino. Si bien el film roza tangencialmente problemas actuales –como el exceso de construcciones, los problemas de convivencia y el miedo a los robos en las grandes ciudades–, su núcleo es esa contienda entre opuestos.
El hombre de al lado juega con una saludable ambigüedad: tanto Leonardo como Víctor parecen envidiar o desear cosas del otro, y en ambos aflora alguna forma de violencia (en uno más sutil y cínica, en el otro a flor de piel). Víctor se ofende si alguien maltrata a su tío pero no titubea en usar alguna expresión discriminatoria, en tanto en la vida personal y profesional de Leonardo lo moderno y lo frívolo se confunden fácilmente, y la falsedad de su discurso progre se hace evidente en los argumentos con los que se justifica ante su hija (cuya habitación exhibe una decorativa imagen del Che) o sus alumnos universitarios. Los golpes en la pared molestan, pero en el mismo interior de la casa ruidos e indiferencia impiden escuchar.
Es para celebrar la falta de solemnidad con la que Cohn-Duprat abordan desigualdades sociales y culturales que forman parte de la Argentina. Sin digresiones, con un puntilloso tratamiento de los elementos en el plano y muy precisas actuaciones de Rafael Spregelburg y Daniel Aráoz, El hombre de al lado divierte con su mirada satírica.
Entre los reparos que pueden hacérsele está el hecho de no preocuparse por insinuar las causas que llevan a esas diferencias irreconciliables entre los personajes, o su precipitado final (que, aunque permite alguna lectura ideológica, no deja de ser tranquilizador). Por otra parte, si bien, como se señaló anteriormente, no escatima ironías sobre la clase intelectual-acomodada que representa Leonardo (junto a sus amigos y su familia), ya desde el primer plano después de los títulos queda claro que el film adopta su punto de vista. La forma en la que se regodea con la hermosa casa y con la que mira siempre desde la ventana de Leonardo y no de Víctor, y hasta la elegancia del diseño de los créditos finales y su música incidental, demuestran del lado de quién se pone El hombre de al lado, restringiéndole al espectador la libertad para identificarse con uno u otro de los personajes.