Una ventana demasiado indiscreta
La dupla de El artista propone una comedia negra ambientada en la única casa que Le Corbusier construyó en América y en la que los personajes que componen Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz disputan un espacio de poder tan concreto como simbólico.
Vecindad e intimidad son dos aspectos que fácilmente pueden ser relacionados con Lo siniestro, texto en el que Sigmund Freud definía su objeto de análisis como aquello que desde el seno de lo familiar (lo cotidiano) se vuelve extraño, o la intrusión de lo extraño en lo familiar. Esa fórmula ha dado a lo largo de la historia del cine algunas obras maestras del suspenso, que justamente tienen como eje principal de su narración este aspecto de lo siniestro. No es otra cosa lo que hace de La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954) o de El inquilino (Román Polanski, 1976), dos films únicos. Con muchos elementos en común, pero con una más que interesante marca personal, El hombre de al lado, segunda película de ficción del tándem creativo Mariano Cohn/Gastón Duprat, vuelve a insistir sobre la combinación con un resultado digno de ser mencionado junto a tan ilustres antecedentes. Si con El artista (2008) la dupla había dado muestras de talento, oficio cinematográfico y buen gusto, con El hombre de al lado confirman todo eso y suben la apuesta. Haciendo gala de una capacidad y una potencia simbólicas infrecuentes, ya desde la tan simple como notable secuencia de los títulos iniciales –en donde la pantalla dividida en mitades, una blanca y otra gris, presenta los dos lados de una misma pared que comienza a ser demolida a mazazos–, los directores dejan en claro varias de las líneas que se entrecruzarán en su narración: la dualidad, la penetración, la decadencia.
Leonardo es un hombre de clase media burguesa dedicado al diseño, exitoso y brillante en su trabajo. Junto a su mujer y su hija vive en la ciudad de La Plata, en la única casa que el famoso arquitecto suizo Le Corbusier diseñó y construyó en toda América, un hecho para nada menor dentro del relato y del universo plástico de la película. Una mañana Leonardo se despierta por una serie de ruidos insistentes que al principio no consigue identificar. Se trata de un grupo de albañiles que acaban de abrir un boquete en una medianera vecina para instalar una ventana, cuya vista caerá de lleno dentro de su propia casa. Sorprendido e indignado, Leonardo ordena a los obreros que se detengan y que le informen al dueño de la propiedad lindera que no puede instalar una ventana ahí, violando su privacidad. El desgano con que los albañiles aceptan la orden resulta un preanuncio de lo que vendrá: lo próximo que sabrá Leonardo al respecto será a través de nuevos ruidos de obra. Desde su ventana, Leonardo conocerá a Víctor, el hombre de al lado, que asomado al boquete, intimidante con la voz arenosa y su físico robusto, impondrá los ritmos de la relación que ambos tendrán partir de allí. “Sólo quiero capturar unos rayitos de ese sol que a vos te sobra, Leonardo”, le dice Víctor al afortunado habitante de esa casa con piel de vidrio. El hombre de al lado también pone en juego la relación de clases: Leonardo no podrá sino sentirse intimidado por la intrusión de aquello Otro que llega desde afuera a intentar penetrar su mundo, a quitarle el espacio que, según él cree, le pertenece legítimamente. Primero de forma física y evidente, desde ese gran ojo abierto en la pared que mira dentro de su casa; luego desde lo personal: Víctor irá forzando una relación de intimidad que Leonardo quiere inútilmente rechazar. Lo otro irá ganando la curiosidad de Leonardo, su deseo; una admiración velada de rechazo. Como en las películas de Hitchcock y Polanski, la mirada de Leonardo, su propia subjetividad, irán construyendo a Víctor hasta convertirlo en obsesión. Ese hombre expuesto a la mirada de cientos de personas desconocidas que se acercan a ver la casa de vidrio de Le Corbusier rechaza e intenta someter y extirpar la mirada abandonada de ese vecino que busca robarle “unos rayitos de sol” y amenaza con mostrarlo tal como es.
Otro de los grandes méritos de El hombre de al lado es la elección de la pareja protagónica. Rafael Spregelburd consigue hilar un Leonardo de trama muy fina, en donde el hombre capaz de maltratar desconocidos y de humillar a sus alumnos es también el mismo que no consigue el respeto de su hija y da muestras de ser un ser humano miserable; el mismo que poco a poco se irá quebrando en la relación de amor/odio (admiración/envidia) que lo une a Víctor. Por su parte, Daniel Aráoz produce un Víctor magistral, capaz de intimidar en una escena, de causar ternura en la siguiente, de arrancar la carcajada franca cuando el relato lo necesita y, sobre todo, de que todo eso dé por resultado un personaje sólido y no una mera superposición de momentos. Un párrafo especial merece el guionista Andrés Duprat, autor de las dos ficciones de su hermano Gastón y su compinche Mariano, quien construye la historia de manera precisa, sin necesidad de recursos truculentos ni grandilocuencia. El resultado final es una comedia negra, que comienza con una ventana indiscreta y termina dándoles la razón a quienes no confían en sus vecinos. Pero, ¿en cuál de ellos?