El hombre de al lado

Crítica de Juan Pablo Ferré - CinemaScope

Contrastes

Hacerle caso al cartel que dice "la película argentina más premiada del año" a veces rinde sus frutos y esta es la ocasión. En un cine nacional "para todo el mundo" en notable crecimiento y unos últimos tiempos con películas "comerciales" decentes (piensen en Música de espera o la reciente Igualita a mí), con figuras del cine doméstico en un nivel sobresaliente (rellenen con Campanella o Trapero según sus gustos personales) y el otro cine, algo más particular, con pasos más fugaces por las salas pero recibiendo halagos de la crítica especializada (aquí se me ocurre un Pablo Fendrik con sus dos estrenos del año pasado y la vigencia, al menos ante El amante, de Lucrecia Martel), llega a nuestras salas una película que ha participado de muchos festivales y ha ganado premios a lo largo del mundo y que, de la mano de dos buenas actuaciones, desopilantes diálogos y una historia que propone un interesantísimo contrapunto entre dos mundos evidentemente distintos, logra llenar salas desde su primer día de estreno.

La historia parte de una sencilla premisa: Leonardo (un convincente Rafael Spregelburd) es un exitoso arquitecto, adinerado, ocupado, de familia bien, que vive con su familia en la única casa de América Latina que fue diseñada por el famoso diseñador y urbanista Le Corbusier, un caserón enorme y vanguardista, espacioso e iluminado, lleno de vidrios y ventanales. El filme comienza cuando su vecino decide romper una medianera que comparten para hacer una ventana "para que le entre un rayito de sol, de ese que a usted le sobra", como le dice a Leonardo. Victor, por su parte, con su pequeña casita y sus extraños modales, construye el contrapunto ideal para que el conflicto se desarrolle. La sola ventana, más allá de ser ilegal, como repite el damnificado cada vez que puede, resulta molesta porque es una vidriera a su propia intimidad. Y serán esa ventana y el responsable de ella los que den vuelta la rutina de Leonardo hasta sacarlo de quicio, ya sea por paranoia, por la molestia del constante ruido de la construcción vecina o por el mero hecho de que, en realidad, detrás de ese caserón hermoso y elegante, de ese trabajo exitoso y de ese auto reluciente, Leonardo no es lo que parece.

El guión de Cohn y Duprat, responsables anteriormente de una basofia pseudoperiodística-documental llamada Yo, presidente (producida por Luis Majul), es muy bueno en la estructura y genial en los diálogos elegidos para proponer el juego de oposiciones que da vida al filme, pero también se deja llevar demasiado lejos por el mensaje que quiere formular, ese que al final del relato termina imponiéndose caprichosamente y en donde todo lo bueno de la comedia que se había visto hasta el momento parece tambalear, ese mensaje con el que abre la película, con el parlamento inicial de Leonardo: "Qué país feo este, la puta madre".

Por su parte, la dirección también tiene altibajos: por un lado, se eligen constantemente planos cortos, cerrados, asfixiantes que dan lugar a la sensación de desesperación de Leonardo mientras sus problemas con el vecino no se resuelven y su vida diaria se va desarmando. La espectacular casa, con ese único diseño que le imprimió LeCorbusier, es tan protagonista como los personajes antagónicos, tanto por ser disparadora del conflicto como por ser el ambiente natural en el que se desarrolla el 95% de la película. Sin embargo, la cámara en mano se vuelve molesta en planos tan cerrados y algunos efectos "retro" que buscaron imprimirle al relato terminan por desconcertar. El otro punto flojo de la dirección se ve en el climax, en donde Aráoz no se ve tan convincente y los actores secundarios que participan son realmente pobres y terminan arruinando el punto de interés mayor en el relato.

A pesar de esto, tanto Aráoz como Spregelburd se llevan todos los laureles con sus geniales performances, muy bien acompañados por participaciones menores de todo el elenco, en especial de Eugenia Alonso en el papel de la mujer de Leonardo y Lorenza Acuña, como la empleada de limpieza de la casa. Es destacable la pequeñísima participación de un muy bien elegido Juan Cruz Bordeu como un cheto tonto invitado a cenar, que contribuye en lo que deben ser las mejores secuencias del filme y donde el juego de oposiciones entre la vida "bien" y lo "grasa" del vecino se hace más patente que nunca.

El hombre de al lado es una comedia muy graciosa, que avanza tanto en su costado cómico como también en su costado misterioso y de suspenso gracias a la estupenda construcción de sus personajes principales y a una gran actuación de sus protagonistas, con un Araoz tan medido y divertido como intimidante. Un juego de oposiciones muy bien llevado que si no fuera por una especie de moraleja que va flotando por sobre el buen correr de la cinta y estalla fuertemente sobre el final, resultaría aún mejor de lo que fue. Merecedora de los premios internacionales ganados y una muy buena propuesta para lo que apuestan al cine nacional. Recomendada.