Una pared, dos mundos.
Una pared puede significar más que la división de dos propiedades. Dos mundos diferentes; dos miradas de la vida, distintas maneras de encarar las cosas; dos personas opuestas entre sí unidas y a la vez enfrentadas por el mismo muro. El encierro de uno y la amplitud del otro, que arquitectónicamente son explícitos, contrastan con la apertura y el encierro de sus mentes y corazones. Abrir un agujero en esa pared tendrá consecuencias impensadas.
El increíble actor y dramaturgo Rafael Spregelburd encarna a Leonardo, un joven y talentosísimo diseñador de muebles que vive en el lujo y la comodidad de una casa exclusiva, amplia, cuyos enormes ventanales le permiten tener una vista incomparable. Al lado está Víctor, un vendedor de autos usados cuyos modales no se parecen en nada a los de Leonardo. Daniel Aráoz (con amplia trayectoria en teatro, cine y televisión) interpreta de manera brillante a Víctor, un hombre bastante vulgar, poco educado pero directo, que sabe lo que quiere y no parará hasta conseguirlo. Lo único que tienen en común es una pared en la que Víctor quiere hacer una ventana para poder tener un poco más de luz. Ya en los primeros mazazos la vida de Leonardo se altera; desde la relación con su mujer hasta su trabajo.
El film, ganador de múltiples festivales, es una mirada sarcástica y aguda sobre dos modos de vida diferentes. El foco del relato está puesto en las reacciones de los dos personajes principales y en cómo cada uno va modificando en parte al otro. Se trata de su evolución en relación con el entorno; de poner en evidencia las necesidades de cada uno y con ello sus sentimientos, pesares, miedos y sobre todo sus miserias. El egocentrismo absoluto de uno y la personalidad manipuladora del otro chocan y dan pie a un juego psicológico que los dejará en evidencia.
Tanto las personificaciones como las escenografías juegan un papel más que importante en un film crudo, durísimo, pero que con mucha inteligencia utiliza el humor y el sarcasmo para pintar una situación que se convierte en límite. La banda sonora se destaca, matizando con profundidad en cada sonido y en cada silencio, las escenas. Los colores, aunque solamente al principio están expuestos –el blanco y el negro de las paredes- son fundamentales e invitan al juego de la interpretación. Lo que es blanco esconde lo oscuro, y lo negro pasa por todos los matices, terminando si no en blanco, en un gris muy claro.
Con textos incisivos, los personajes van armándose y tejiendo una trama densa y oscura. El diálogo que Leonardo pretende mantener con su hija –que se convierte en monólogo- es la expresión de una personalidad tan encerrada en sí misma que no permite establecer relación ni siquiera con su propia sangre.