Derribando muros
Uno podría hacer muchas lecturas con respecto a El hombre de al lado. Podría por ejemplo interpretar desde el título algo tan obvio como aquel que tengo a mi lado, el prójimo, el otro o simplemente podría tomarlo como la cotidiana denominación de mi vecino sin demasiadas reflexiones posteriores. Pero de una u otra manera todo se limita a lo mismo: vivimos en un mundo, en una ciudad, en un barrio donde no sólo se convive con la familia o los amigos, sino también con gente que conocida o extraña hacen a la sociedad en la que nos movemos. Una sociedad muchas veces alienada por ritmos, rutinas y sobretodo prejuicios. Por esto es fácil asimilar la idea básica, punto de conflicto, en este film. Leonardo es un joven diseñador industrial, exitoso y de clase media alta, que vive con su esposa e hija en un exclusivo edificio de la ciudad de La Plata. Una casa única en latinoamérica, la casa Curuchet. Es un tipo realmente desagradable, egocéntrico, soberbio. Todo parece una vida perfecta hasta que un día su vecino, Victor, decide abrir una ventana en uno de los muros linderos. Una acción ilegal pero entendible: quiere un poco de luz solar que a Leonardo parece sobrarle. La preocupación del diseñador, por otra parte, también es comprensible: la casa no solo se desvaloriza sino que el vecino ahora tiene acceso a una intimidad antes resguardada. A partir de entonces se enciende el horno que da sustento al drama; porque no se confundan, lo que nos han vendido como una comedia realmente no lo es, a pesar de las incontables ironías que de pronto aparecen en la historia, sobretodo en relación al contraste de dos mundos completamente diferentes.
Lo que esta película nos ofrece no es algo nuevo, es una problemática que uno puede hallar en otros films, pero la forma en que esta joven dupla de directores que ya en El Artista habían planteado algo similar (al menos en cuanto a esta mirada crítica de cierta parte de la sociedad) es magnífica y muy solvente a la hora de crear tensión. Ante todo cuentan una historia de dos personajes muy bien armados, con dos verdaderos profesionales de la actuación: Rafael Spregelburd, quien además de actor es dramaturgo y director teatral (y ya que estamos si pueden alguna vez ver su Acassuso es imperdible) y Daniel Aráoz quien a pesar de ser un actor multifacético uno asocia particularmente con la comedia. Aráoz aquí descolla sopresivamente llevando la película al tope con la construcción de Victor, un tipo ordinario, directo, al que uno intuye que le chifla el moño por momentos, un "grasa" total como lo define su fino vecino en una cena con amigos paquetes. El tira y afloje continuo de estos dos personajes, uno por el cierre de la ventana, otro por su construcción, conforman el hilo argumental de este guión escrito por Andrés Duprat. La tensión está genialmente armada desde que uno no termina mucho por definirse de qué lado se pone. Entiende a Leonardo, se entiende sobretodo ese temor hacia un hombre que desde el vamos oscila entre la cálida simpatía y la agresividad disfrazada que logra someter en más de una oportunidad al diseñador. Pero por momentos uno termina odiando las actitudes insolentes y hasta desmedidas de Leonardo que miente cobardemente y hasta es capaz de dejar que su abogado "apriete" a su vecino o maltratar a un anciano pariente de aquel.
El clímax crece, las escenas van adelantando que el final no será del todo feliz, uno comienza a pensar si Víctor no tendrá razón en que es mejor hablar las cosas mates de por medio y hasta se enternece con los regalos que ofrece a su vecino, regalos que por otra parte uno no termina de entender si son reales o un medio para entregar mensajes encubiertos, amenazas disfrazas que acrecientan el temor y la tensión. Es ahí donde mejor brilla el film, en la construcción de situaciones cuyos personajes hacen a la tensión, al enigma de un final que se presenta totalmente impredecible, impensable, sorpresivo e impactante. Uno de los mejores finales posibles. Y en esto debo destacar el armado del trailer al que yo prejuzgué terriblemente por los spoilers que eventualmente nos demuestra que uno piensa lo que no debe, que uno también es un Leonardo más que termina enjuiciando de antemano, que la piedra en la mano la tenemos todos.
El hombre de al lado es una crítica feroz a dos bandos muy definidos de la sociedad, a dos mundos diferentes e incomprendidos uno del otro, pero que finalmente nos llevan a la premisa elemental de que el hombre es un animal violento por naturaleza, un ser que podrá tener un lenguaje, una norma, una ley pero finalmente es un Caín o un Abel. Un ser que no importa en cuántas categorías pueda dividirse, al final se es bueno o se es malo, se es animal o se es humano- en el sentido moral del término. El film se planta entero sin moralismos baratos, sin moralejas finales definidas pero muy corrosivo a la hora de mostrar uno u otro mundo.