Vecinos invasores
El conflicto por una ventana es el disparador en este controvertido y sanguíneo filme.
La dupla detrás de El hombre de al lado , la misma que hizo El artista , sabe muy bien esconder sus intenciones, que son mostrar las características más sórdidas de sus personajes, cuando pocos espectadores lo esperan. En aquel filme con el que debutaron en el largo tomaban el mundo del arte, lo examinaban y descomponían. Lo superfluo, lo naif y lo snob se daban de la mano hasta arribar a un final destructivo .
Como si la mirada, la observación, fuera más que un tamiz, un filtro, en El hombre de al lado comienzan hablando de una relación conflictiva para terminar indagando en profundidad en uno de los hombres de al lado .
Porque si hay un hombre del otro lado, también está el de éste. Las interpretaciones sobre quién es el centro no admiten dudas en el -algo- inesperado final.
“Sólo quiero unos rayitos de sol”, le dice Víctor (Daniel Aráoz, en un papel completamente diferente a todo lo que se le vio) a Leonardo (el dramaturgo, director y actor Rafael Spregelburd). Un albañil está abriendo una ventana en la medianera, nada menos que de la Casa Curutchet, la única construcción de Le Corbusier en Latinoamérica, y Leonardo quiere hacer entrar en razón a su vecino para que desista.
Poco a poco Leonardo, que es un diseñador exitoso, profesor universitario, comenzará a ver cómo su estructura -personal, familiar, laboral- comienza a resquebrajarse. Ese conflicto exterior no viene a hacer más que a estallar los problemas internos de esa casa, y de Leonardo en particular. Su relación con su esposa -que le exige que haga algo ante esa intrusión en su privacidad- y con su hija adolescente cambian.
En un filme que levantará polémica, a todas luces Víctor tiene todos los números para llevarse en el sorteo el mote de malvado. Lo que quiere hacer -lo que hace- está mal. Decididamente mal. Gastón Duprat y Mariano Cohn han visto el cine de Polanski, y dominan la ambigüedad como pocos cineastas en el medio local. Y han extraído de Aráoz y Spregelburd dos actuaciones sorprendentes, en la acumulación de tensiones y lejos de distender al espectador, lo llevarán a una situación límite. Son impiadosos con sus personajes y pese a que algunas escenas denotan una falta de montaje preciso, son dueños de un estilo propio, controvertido y bien, bien sanguíneo.