Quentin Tarantino presenta es el "gancho" vendedor de esta película de artes marciales ¿Es Tarantino productor, director y/o guionista del film? No, apenas amigo e inspirador de RZA, el verdadero impulsor del proyecto, y de Eli Roth, quien aportó en la escritura de la historia.
En su debut en la realización (también es el protagonista), RZA figura clave del hip hop con su notable banda Wu-Tang Clan propone un confusa, caótica y sólo por momentos atractiva acumulación de escenas de lucha cuerpo a cuerpo. Algunas tienen su espectacularidad, sus picos creativos en materia coreográfica, pero a esta altura nada que no se haya apreciado en decenas de películas, desde El tigre y el dragón hasta para seguir con Tarantino la saga de Kill Bill .
El problema, de todas maneras, no está en ese puñado de set-pieces que los fans del wuxia sabrán valorar y disfrutar sino en el armazón, la estructura que le da sostén. Es que, aun aceptando las convenciones y superficialidades de la propuesta (que tiene mucho de espíritu de cómic), la trama es poco rigurosa y no demasiado atrapante. Todo es tan caprichoso y arbitrario que ni siquiera la voz en off (también a cargo de RZA) le da sentido y coherencia.
Intentar resumir este pastiche premeditadamente ridículo no es tarea sencilla: en la China del siglo XIX, dos guerreros sádicos (Byron Mann y Cung Le) traicionan y matan al emperador para luego aterrorizar y someter al pueblo aprovechando los superpoderes de un gigante con cuerpo de hierro (el popular luchador Dave Bautista). El noble hijo del guerrero asesinado (Rick Yune), con la ayuda de un mercenario inglés (un siempre excesivo Russell Crowe) y de un herrero que supo ser esclavo (el propio RZA), intentarán combatir a los nuevos tiranos.
RZA se divierte (pero no siempre divierte) con un festival gore (chorros de sangre que brotan de cabezas, brazos y piernas amputadas con espadas y hachas) filmado con todos los recursos imaginables: personajes que vuelan, mucha cámara lenta, pantalla dividida y un largo etcétera. La sensación, así, va más allá de cierto déjà vu o del "homenaje" cinéfilo para convertirse en un agotador reciclaje de elementos que ya se han visto varias (demasiadas) veces.