Quien esté dispuesto a recibir un enorme caudal de poesía pictórica, seguramente se sentirá más que satisfecho luego de visionar “El Hombre de Paso Piedra”. Una película digna de ser vista en pantalla grande, que conjuga cuidadosamente sus aristas dramáticas con su construcción esencialmente documental. La considerable cantidad de grandes planos generales en complicidad con la introducción de música sólo en los momentos justos son, entre otros elementos, fundamentales para adentrarnos en un mundo que a cualquier habitante de las grandes ciudades le sería difícil de tolerar por demasiado tiempo, pero que sin embargo, comparte en cada uno de sus detalles, lo más íntimo de su belleza.
Es que la película contiene su propio ritmo, el ritmo de Mariano, El Hombre de Paso Piedra, distinta a cualquier otra, a cualquier convención, porque su ritmo, su velocidad, su duración es tan única como Mariano mismo, un hombre mayor que se las rebusca para vivir conforme a sus convicciones, su cultura, su manera de concebir la vida.
El sonido del reloj y su incesable “Tic tac” que nos acompaña en casi toda la película, y de igual modo acompaña principalmente a Mariano, no es un detalle menor, al contrario, es otro serio responsable en dejar en evidencia a todo aquel que no disfrute de estar en compañía consigo mismo. Su mera presencia, y que lo percibamos, nos asfixia de preguntas tales como “El tiempo pasa y ¿Qué está haciendo el personaje con ese tiempo?¿Qué hacemos nosotros?”.
Cada charla, cada frase, cada monólogo que componen a la película, exponen un tono de autenticidad y calidez dignas de ser admiradas, porque además, el contenido de cada uno de ellos deja en claro que no existe una única manera de hacer las cosas; no existe un único camino, ni mandato al cual debamos amoldarnos eternamente, y que por supuesto, nunca es tarde para hacer aquello que nos regocije.
“El Hombre de Paso Piedra” es en definitiva una verdadera historia que invita a la introspectiva, con algo de retórica implícita para el que lo pueda identificar. Ya en su título mismo esconde algo de juego semántico al pensar si un hombre está sólo “de paso” en esta vida, si acaso pisa firme con “pasos de piedra”, o por el contrario, es esa misma dureza la que a uno lleva a enceguecerse encerrado sólo en sí mismo. Así que como trato de explayar, estamos frente a un documental colmado de hermosos paisajes, charlas, humanismo y poesía inspirada en lo más simple de la vida, que a mí por momentos me retrotrajo al estilo narrativo de algunos films de Tarkovski, y a “The Straight Story” de David Lynch.
Puntaje: 3,5/5