Para no andar con vueltas lo primero que hay que decir de El hombre del norte es que es una película deslumbrante. Hay en cada plano el sello de un autor con ideas visuales que escapan de las fórmulas, una puesta en escena poco convencional y en muchos aspectos arriesgada. Sin embargo, lo segundo que hay que establecer es que el tercer largometraje de este cineasta de 38 años es que carece de la capacidad de sorpresa y subversión de La bruja (2015) y The Lighthouse / El faro (2019). Es que, más allá de su brillantez formal y del universo que construye, estamos ante un típico relato de venganza, de revancha, dentro de una familia y de la mitología nórdica (desde apelaciones al dios Odín hasta el Valhalla).
La historia arranca en el año 915 desde el punto de vista del príncipe Amleth (Oscar Novak), un niño de diez años que vive con su madre, la reina Gudrún (Nicole Kidman), y su padre, el rey y guerrero Aurvandil War-Raven (Ethan Hawke). Su vida (y la del resto) cambia por completo cuando es testigo del asesinato de su padre por parte de su tío Fjölnir the Brotherless (Claes Bang), quien se queda con el trono y con Gudrún. El pequeño logra escapar y, luego de pasar varios años con sanguinarios vikingos (hay una escena en la que arrasan un pueblo que es un auténtico baño de sangre), se convierte en un furioso luchador. Llegado el momento, se hace pasar por un esclavo y termina en Islandia (aunque buena parte del rodaje se realizó en Irlanda), adonde se ha refugiado tras varias derrotas su tío y todavía rey. Es el inicio de un camino de venganza que incluirá una historia de amor con otra esclava llamada Olga e interpretada por “nuestra” Anya Taylor-Joy (recordemos, protagonista de La bruja).
Entre viajes en barco, volcanes en erupción, escenas de batalla no exentas de gore e irrupciones fantásticas para narrar escenas oníricas y mitológicas, Eggers va construyendo un universo que en principio no deja de subyugar. Sin embargo, en determinado momento la película queda presa de su grandilocuencia y solemnidad, de un regodeo estilístico que se impone sobre la profundidad psicológica y, así, dentro de ese envoltorio tan vistoso, descubrimos un entramado dramático bastante limitado y hasta en ciertos pasajes un poco hueco.
Hay en esta hiperestilización, en este triunfo de la forma sobre el contenido, algo similar a lo que ocurre con algunas películas del danés Nicolas Winding Refn, otro refinado, virtuoso y talentoso esteticista que tiene predilección por las historias de venganza. Como guionista (aquí en sociedad con el celebrado poeta islandés Sjón, el mismo de Bailarina en la oscuridad y la reciente Cordero / Lamb) el resultado es menos convincente en lo que resulta una nueva variación de Hamlet, el clásico de clásicos de William Shakespeare que a su vez estaba basada en la leyenda escandinava Amleth.
Y, si recién citamos a Bailarina en la oscuridad, El hombre del norte significó también el regreso a la actuación de Björk en una breve aparición como la bruja Seeress. La multifacética artista islandesa es una de los tantas figuras que desfilan (por allí aparece Willem Dafoe, uno de los protagonistas de El faro) en un film testosterónico y nihilista que, aunque no sea del todo convincente en ciertos terrenos, merece ser visto en la pantalla más grande posible porque en términos coreográficos, de espectáculo eminentemente audiovisual, el disfrute está garantizado.