La nueva película de Robert Eggers era una de las más esperadas del año. Se había creado una corriente de genuina y generalizada curiosidad por saber cómo se manejaría el talentoso creador de La bruja y El faro por primera vez con muchísimos recursos a su disposición: una producción de elevada escala, una historia mucho más ambiciosa y un vasto elenco de estrellas.
La elección de una historia tan intensa, brutal, impetuosa y feroz como la que se narra en El hombre del Norte completa el cuadro. Ya sabemos que Eggers no se impone límites ni reservas cuando se decide a explorar los vínculos entre lo real y lo fantástico en escenarios en los que prevalecen los rituales arcanos, los temores religiosos y las conductas primitivas.
Por eso, no hay palabra mejor que “visceral”, en su más amplio significado, como síntesis compacta de todo lo que ocurre aquí. Abunda aquí la exposición de cuerpos abiertos y desgarrados en unas cuantas batallas muy cruentas y también el carácter simbólico del término: los personajes se dejan llevar todo el tiempo por comportamientos desbordados y hasta inmanejables desde lo emocional. Sobre todo cuando perciben que es imposible torcer el destino que se les asigna.
Por eso, aunque la acción transcurra durante el siglo X de nuestra era en algún lugar de los dominios vikingos, el escenario real es el de una verdadera tragedia clásica no demasiado difícil de comprender. Un rey guerrero regresa al hogar tras una larga campaña con la certeza de que será traicionado y, a la vez, deberá apresurarse para pasar el legado de su corona a un hijo todavía adolescente. El heredero, testigo mudo del instante en que la traición se ejecuta con crueldad en el propio seno familiar, debe escaparse para no quedar arrastrado por ella. Muchos años después regresará para cumplir con su venganza, aunque el plan se torna cada vez más arduo con la aparición de detalles inesperados.
Como en sus películas anteriores, Eggers parte de la certeza histórica para tomar impulso y moverse una vez más a partir de ellas en las difusas fronteras que separan a la realidad del mito. Se apoya en cuidadas referencias visuales y arqueológicas para mostrar cómo se vivía en ese hostil rincón del mundo azotado todo el tiempo por la crudeza del clima y la ferocidad de sus habitantes. Estamos en medio de un universo sellado a fuego por un espiral de violencia que parece retroalimentarse todo el tiempo y no terminar nunca.
Quienes hayan visto El faro y La bruja encontrarán aquí marcas parecidas: ritos tribales y brujerías, conductas primitivas, constantes pulsiones sexuales (que hasta incluyen el fantasma del incesto), ceremonias de iniciación y de camaradería, tendencia al exceso. Lo que no se aprecia del todo en El hombre del Norte es aquello que rápidamente convirtió a Eggers en un creador provocativo, original, capaz de crear una fusión nueva y distinta entre varios géneros: el terror, el cine fantástico, el drama histórico.
Con la notable ayuda de sus colaboradores habituales (el director de fotografía Jarin Blaschke, la vestuarista Louise Ford, los directores de arte Craig Lathrop y Robert Cowper) y un rodaje en espléndidos escenarios naturales de Islandia, Eggers logra sostener esa atmósfera a través de una sucesión de planos y secuencias de inquietante, magnética y poderosa belleza. Pero detrás de ellas hay aquí menos misterio y sorpresa que en sus obras anteriores. Por más que se asocien, por ejemplo, ciertas conductas humanas a comportamientos propios del reino animal (cuervos, osos, lobos), El hombre del Norte nos cuenta una historia de venganza no demasiado diferente a otras que hemos visto antes. Mucho más sangrienta, eso sí.
En un elenco exigido por un gran compromiso físico y anímico, Alexander Skargard y Claes Bang aportan presencia y entrega absoluta. Anya Taylor-Joy se luce en un breve y enigmático personaje de gélida belleza y acento eslavo. Nicole Kidman viste de elocuente teatralidad su inquietante papel, y Björk, Ethan Hawke y Willem Dafoe apenas tienen tiempo para mostrarse. En cuanto a Eggers, queda claro que a ahora dispone de muchos más recursos para contar historias a su manera, pero todavía no termina de acomodarse a esta nueva realidad. Dijo, por ejemplo, que le hubiese gustado que toda la película se hablara en el nórdico antiguo que escuchamos aquí solo en los momentos ceremoniales. Para el resto debió resignarse al inglés que se utiliza cada vez que un cine con pretensiones quiere instalarse en tiempos antiguos o medievales.