Tierra de pesadillas.
Adam (Jake Gyllenhaal en modo insomnio) es un profesor universitario con una vida monótona, sin margen para el desorden, totalmente inmotivado. Sabemos de entrada que mantiene un amorío a distancia con Mary (una seca Mélanie Laurent) y sus intenciones parecen no tener más aspiración que las de una rutina nublada y estéril. Como buen agente externo casi necesario para desestabilizar el control automático que Adam tiene sobre sí mismo, la recomendación de un colega orientada a chusmear una película intrascendente dará el puntapié inicial a favor de una anarquía in crescendo. La primera impresión de Adam, si tenemos en cuenta la cara de póker inexpresiva de Gyllenhaal durante las primeras secuencias, es que esta película le dejó gusto a nada. Un producto irrelevante, pasatista, que no le cambia la vida a nadie. Pero casi en clave de regresión se asoma una señal, un presagio que lo anima a releerla. Y así llegamos a la instancia freak, cuando nuestro protagonista encuentra en un extra de la cinta a su doble exacto, un clon calcado a medida. Adam no tardará en contactarlo, Google mediante, para que solo reste carcomerse el balero en cuenta regresiva. Y acá mejor ponemos pausa.
Recurso trillado el del doppelgänger, ese del mellizo maldito que contrapone los polos e inquieta al nudo argumentativo para fastidiar un lazo atraído por la carne pero que balancea sus personalidades. Adam es un amargo, un alineado cobarde que agacha la cabeza mientras pasea por estructuras arquitectónicas de una Toronto congestionada, fundida en cemento. Pero Anthony, su mitad maligna, padece varios de los instintos que el otro no alcanza a desarrollar. El segundo en cuestión no se retrae, sino que es más irritante y perverso con las mujeres. Lo acompaña Helen (Sarah Gadon), su esposa embarazada que se pone al tanto de la situación. Avisamos que el rol del protagonista irá rotando entre el que es absorbido por los hechos y el que los aprovecha.
En El Hombre Duplicado (Enemy, 2013), una coproducción entre Canadá y España, el director Denis Villeneuve revuelve las imperfecciones de la identidad ya presentes en la aclamada Incendies, tomando como base el libro homónimo de José Saramago. Todo esto sumergido en un thriller kafkiano con ánimos de ponerse surrealista. Siguiendo en la línea de referencias podemos decir que, un poco como Richard Kelly en La Caja Mortal, el canadiense se pone a jugar a La Dimensión Desconocida pero con ribetes metafísicos (“Fulci meets Lynch”) en una aventura psicológica que desemboca en un inesperado mazazo frontal.
Filmada antes que la mainstream y festejada La Búsqueda pero con delay de entrega, en El Hombre Duplicado Villeneuve se toma su tiempo, tratándose de un producto más acotado y humilde, corrompiendo la cámara para denotar el aire opresivo y los colores asfixiantes. Como Cronenberg en Pacto de Amor, el disturbio psicológico oficia de motor para regalarnos un trip experimental que no llega a ser un tour de force dañino, sino más bien sugestivo, de esos que nos descolocan por un buen rato. Se pone cada vez más interesante este Villeneuve.