Dos personajes idénticos, pero con vidas incompletas
El director Denis Villeneuve adaptó con éxito una famosa novela de José Saramago, sobre paradojas y eventos encadenados.
La vieja pero siempre efectiva máxima de Hegel de que la historia se repite, y que Marx completó con un sensato "primero como tragedia y después como farsa", le sirve desde siempre a Adam para explicar a sus alumnos las modalidades del poder y las recurrentes dictaduras. Además, claro, es un elemento decisivo para que el director Denis Villeneuve adelante y dé algunas pistas sobre lo que le va a pasar al protagonista, una casualidad que llevará a un encuentro sorpresivo y después, claro, a la tragedia.
Luego de Prisioneros, el realizador franco-candiense vuelve a trabajar con Jake Gyllenhaal, esta vez en una adaptación del la novela O homem duplicado del portugués José Saramago, que se interna sobre las cuestiones de la identidad, difuminada en el contexto de la modernidad.
Pero la película además se asienta en la paradoja del tiempo que por caso planteaba Isaac Asimov en su novela El fin de la eternidad, donde Andrew Harlan se encontraba a sí mismo, desencadenando una serie de eventos enlazados y difíciles de prever.
Aquí, el personaje central se muestra insatisfecho con su vida, desde su rutina laboral hasta la relación que mantiene con su pareja Mary (Mélanie Laurent, protagonista de Bastardos sin gloria). Hasta que, viendo una película, descubre a Anthony St. Claire, un actor idéntico a él. Una vez que supera la sorpresa, decide buscarlo. Y cuando lo encuentra descubre que hay algo mucho más intenso que el parecido físico, empezando por la esposa de Anthony (Sarah Gadon), una versión de su pareja, más tensa, más agobiada.
Así, dos personajes idénticos pero con vidas tan diferentes como incompletas y en apariencia carentes de sentido, se empiezan a cruzar y enmarañar (la sensación de agobio atravesado por el suspenso marca el ritmo de la historia), para contar la insatisfacción, el sinsentido de la existencia.
Sin perder de vista una narración clásica, la puesta logra hacer olvidar las referencias, o mejor, se asienta en ellas para trabajar desde un cuidado esteticismo, con partes de surrealismo y una sistema de espejos deformados que van dando pistas sobre la psiquis del protagonista y a la vez complejiza las razones de su insatisfacción.
Lo cierto es que si bien Villeneuve es el responsable de la muy interesante Incendies, luego tuvo un traspié con la sobrevalorada Prisioneros pero ahora, con El hombre duplicado, alcanza nuevamente su mejor forma y se supera.