Cuando un creador, un artista, alguien tan grande como José Saramago es adaptado al cine, uno teme que su obra, tan inasible, perezca de inmediato luego de los primeros títulos. Así pasó con “Ceguera”(USA, 2008) que no supo o no pudo aprovechar la riqueza y la desgarradora narración que a través de aquellos que no veían se comenzaba a hilar.
Enfrentarse a una nueva adaptación, en esta oportunidad de la novela homónima “El hombre duplicado”, suponía un enorme desafío, principalmente el de poder aceptar una vez más que frases como “Ni el propio Tertuliano Máximo Afonso sabría decir si el sueño volvió a abrirle los misericordiosos brazos después de la revelación tremebunda que fue para él la existencia, tal vez en la misma ciudad, de un hombre que, a juzgar por la cara y por la figura en general, es su vivo retrato (... )” dejarían de ser palabras en un libro amado para pasar a ser encarnadas por seres que una vez más podían traicionar al artista portugués.
La sorpresa es enorme al detectar que “El hombre duplicado” (Canadá, 2014), no solo reproduce fielmente el espíritu pesadillesco y de complot presente en cada página del libro, sino que además, en un nuevo y elegante ejercicio de estilo, su director Denis Villeneuve, se alza como uno de los mejores realizadores contemporáneos.
Representando en movimiento cada una de las palabras de Saramago, Villeneuve hilvana con ampulosidad la historia de ese pequeño ser gris, llamado Adam Bell (Jake Gyllenhaal), agotado de su existencia rutinaria, que de pronto descubre una otredad que es igual a el.
En el visionado casi por casualidad de una comedia, se deslumbra al reconocer en un personaje secundario a alguien son su rostro. Imagen mediatizada en pausa, Villeneuve comienza a abordar el clásico tema de la dualidad en la contemporaneidad, tópico trabajado en filmes tan disímiles entre sí como “Pacto de Amor” de Cronenberg, o en “Contracara” de John Woo, pero también en un filme como “Silvia Prieto”, que en clave de comedia también habló de una obsesión mortal.
Adam reconoce en ese actor/modelo de segunda, llamado Anthony St. Claire (Gyllenhaal), su doble, su par, su enemigo, alguien que lo acecha en sueños y en la vida real, y a quien decidirá tratar de reemplazar o al menos formar parte de su mundo.
Escenarios amplios, lugares que a la vez son “no lugares” y que bien podrían trasladarse a cualquier país y ciudad del mundo, esos mismos espacios amenazan las diarias existencias al igual que los otros que en vez de completarnos nos quitan esencia.
Un espejo en negativo, en el que Adam buscará alguna respuesta, pero que al no encontrar un feedback inmediato, en el asumir otra identidad, más allá que la cara sea la misma, el placer por ser alguien más, independientemente de la corporalidad.
Un elenco sólido, en el que se destacan Isabella Rosellini, Sarah Gordon y la bella Mélanie Laurent, acompaña a Gyllenhaal en esta pesadilla eterna de la que nadie podrá escapar sin ser absorbido o replicado.
De una idea simple, de una obra maestra de la literatura, de un estado de época, Villeneuve construye el discurso definitivo sobre un síntoma de época clásico, el miedo, en el posmodernismo, de que otro nos robe la identidad. Sublime.