PODEROSO EL CHIQUITÍN
Cuando vemos el logo de Marvel en pantalla acompañado por un tema bailable y movidito sabemos que el tono de la película poco tendrá que ver con el que estamos habituados a encontrar en cualquier cinta de superhéroes. Peyton Reed (Bring It On, Down With Love, The Break-Up), que había sido tenido en cuenta para dirigir Guardianes de la galaxia antes de que el proyecto le fuera asignado a James Gunn, procuró darle a Ant-Man la misma frescura que entregó Guardianes… hace un año, y lo logró.
Si convertirse en un hombre diminuto es un superpoder un tanto extravagante lo mismo se puede decir de Scott Lang (Paul Rudd), un héroe cuyo talento es ser el mejor de los ladris, un experto a la hora de sustraer bienes ajenos sin ejercer ningún tipo de violencia. Es, además, un padre de esos que tanto le gustan a Hollywood: el que busca redimirse ante su hija por sus crímenes del pasado. Quien lo contrata es otro padre en busca de la redención, el Dr. Hank Pym (Michael Douglas), que intentará ponerle freno a su descarriado pupilo Darren Cross (Corey Stoll aka Peter Russo, de House of Cards), y de paso, sí, recuperar el amor de su hija (Evangeline Lilly aka Kate, de Lost). Así, en plan “los padres sean unidos”, los recursos de uno se pondrán al servicio de las habilidades del otro para salvar al mundo pero, sobre todo, a la institución familiar.
Lejos de la aparatosa destrucción masiva de rascacielos de Man of Steel y de la titánica última entrega de Los Vengadores, las escenas de acción en Ant-Man se desarrollan en espacios reducidos (la escena del maletín compite en originalidad con aquella en cámara lenta de Quicksilver en X-Men: Days of Future Past) como un hormiguero o una locomotora de juguete. Los guionistas Edgar Wright, Joe Cornish, Adam McKay y el propio Paul Rudd se las ingenian para conectar la trama de Lang con S.H.I.E.L.D., Hydra y otros personajes de la franquicia vengadora y coquetean con la premisa que hace poco nos presentó Jurassic World: la de la ciencia como propiciadora de los milagros.
Con secuencias de sorprendente agudeza para “una de superhéroes” como aquella en la que se reduce a quien cuestiona los intereses de los poderosos a una masa amorfa que se tira por el inodoro, Peyton Reed no hace del CGI su caballito de batalla y se apoya en su experiencia previa como director de comedias para potenciar a Paul Rudd con un grandioso Michael Peña, que entrega una actuación a años luz de aquella que nos dio a principios de año en Fury, cuando fue dirigido por un mediocre David Ayer.
Si a esto le sumamos uno de los mejores cameos de Stan Lee en los ya ¡doce! títulos de la factoría Marvel que arrancaron con Iron Man en 2008, a la primera entrega del hombre hormiga se le aplica con justicia el slogan de cierta publicidad noventosa cuyo fin era la venta de un pequeño secarropas. Y aunque el héroe venga en tamaño mini, entrega mucho y queremos más.//?z