El último gran (y pequeño) héroe
El último plano de Ant-Man: el hombre hormiga es muy simple, pero en esa simpleza se esconde una inteligencia suprema que es la clave de por qué la película funciona como funciona. Es un primer plano de uno de los personajes, que culmina un diálogo muy gracioso pero que no corta cuando uno supone que debería cortar. El plano se extiende, se sostiene en pantalla aquel rostro que suma expresiones y gracia, y el momento es uno de esos grandes momentos de comedia: si la comedia es tiempo y espacio, más timing, ese final resulta perfecto. En primera instancia permite que uno se vaya de la película con una sonrisa, pero a la vez confirma el conocimiento sobre el género de la comedia -fundamental en esta sorprendente producción de Marvel- que tienen varios de los involucrados: empezando por el protagonista Paul Rudd, el director Peyton Reed y los guionistas Edgar Wright, Joe Cornish, Adam McKay y -otra vez- Rudd.
Ant-Man es como una película de Judd Apatow, con su adulto que no encaja del todo en el mundo, a la que le insertaron un superhéroe, pero esa fusión no resulta forzada sino sumamente coherente y justa para el momento que atraviesan las producciones vinculadas con los superhéroes: si Marvel estaba encontrando una suerte de límite y agonía (más artística que comercial, se entiende), esta película le permite resurgir de sus cenizas, cenizas generadas a partir de tanta batalla hiperbólica y tediosa. El film tiene autoconsciencia del mundo al que pertenece (real y cinematográfico), pero nunca hace de eso una distancia irónica, no la cancherea, no es como esos momentos donde Robert Downey Jr. monta su showcito personal en las Iron Man (Rudd es un tipo de estrella más humana y cercana); los personajes tienen conflictos, pero no por eso la historia sucumbe a la solemnidad y el aburrimiento (también, porque los conflictos son cercanos, hablan de padres e hijos); la acción es totalmente comprensible y los efectos especiales están a la orden de la narración, y no al revés.
Decíamos de dos mundos, el real y el cinematográfico, de los que la película hace uso, lectura y reescritura. Desde las posibilidades que otorga la comedia para satirizar y mirar el universo con otros ojos, Ant-Man se construye como un film consciente de esos otros films de superhéroes que andan por ahí. Y lo que hace es, a partir de un anti-héroe miniaturizado como el hombre hormiga, atomizar todos esos efectos secundarios peligrosos para estas películas: ese es su movimiento más inteligente. Aquí no hay universos que colapsan, ni ciudades destrozadas en peleas interminables, hay simplemente un padre que quiere recuperar el tiempo perdido con su hija, y hay otra hija que quiere recuperar el vínculo roto con su padre. La película se toma todo el tiempo del mundo para hablar de esto, retrasando la acción, construyendo personajes sólidos y situaciones emotivas, que nos comprometen como espectadores: esta vez queremos que nuestros héroes ganen porque, básicamente, podríamos ser ese tipo adentro de ese traje, buscando una segunda oportunidad en nuestra vida mundana.
A partir de esa humanidad que los guionistas bordan como forma de tamizar el humor para quitarle su potencia cínica (porque el mundo de los superhéroes tiene tanta iconicidad ridícula que su sátira sólo parece aceptar el desprecio), la película resuelve también sus conflictos cinematográficos. La trama invoca a superficies más tradicionales: el film es uno de robos maestros, donde lo que hay en juego puede ser sí el fin de la humanidad, pero en lo concreto es un asunto de negocios que no involucra ninguna esfera sobrenatural. Este asunto más terrenal está contado por Reed (gran director de comedia que aquí revela una sorprendente precisión para el movimiento y la acción) con una elegancia plástica notable y una fluidez asombrosa. Y el resumen de todo esto es una batalla final, un clímax, perfecto: al revés de lo que ocurre siempre, aquí esa batalla no es el agotamiento del recurso de la exageración, sino un juego de escalas que permite ver esa destrucción tanto desde lo macro como desde lo micro. Es una secuencia tan creativa como divertida, que no pierde además la capacidad de reflexionar sin ponerse pesada (¡hola Nolan!) sobre su propia sustancia: ¿cuáles son las consecuencias y dimensiones de lo que vemos en la pantalla? Por ejemplo, hay un tren descarrilado que es lo más.
Ant-Man es una película que encuentra lo fantástico a partir de una atención especial por el detalle: detallismo que está presente tanto en la construcción de personajes más clásicos, como de historias que funcionan en su mirada sobre la superficie habitual de estos relatos. En un mercado saturado, la película encuentra su costado innovador en un regreso a las fuentes del menos es más. Un héroe pequeño en dimensiones, pero grande en su capacidad para convertirse en un fascinante y enorme entretenimiento popular.