Cuando hace poco más de un año se conoció la lamentable noticia de que Edgar Wright se había alejado de Ant-Man, básicamente parecía signar la suerte de esta película. Sin importar qué director fuera convocado para ocupar la vacante, siempre quedaría la duda de cómo hubiera sido el film si el realizador de Shaun of the Dead o Scott Pilgrim vs. the World lo hubiera llevado adelante. Sin embargo, el guión que firmó junto a Joe Cornish (Attack the Block) se mantuvo como la columna vertebral del proyecto, más allá de las reescrituras y agregados que se le hicieron. La visión del irreverente cineasta inglés es lo único que llevó a poner esta producción en marcha y es lo que conduce a que tenga un buen resultado, más allá de que se haya llamado a un realizador a sueldo para completar el trabajo.
Si bien Marvel Studios aplica cada vez en forma más férrea su fórmula –una que ha dado excelentes resultados y que si no falla, pareciera que no hay que cambiar-, es cierto que durante su segunda Fase se han asumido riesgos cinematográficos más importantes, claramente en términos de géneros dentro del ámbito de los superhéroes. Al thriller político de Captain America: The Winter Soldier o a la ópera espacial de Guardians of the Galaxy se puede sumar perfectamente la primera "heist movie" del estudio, una de esas en las que se debe reunir un disparatado equipo para desarrollar un intrincado robo, que se conecta con Ocean's Eleven o The Italian Job, como ejemplos más recientes.
Así como el héroe del título tiene la capacidad de reducir su tamaño pero aumentar su potencia, igual mecanismo pone en práctica la historia de Ant-Man. El argumento es menos ambicioso que otros proyectos del estudio y esta menor escala sirve como una forma ideal para introducir a Scott Lang al público, no como un hombre cuyo destino es salvar al mundo, sino como un inteligente ex-convicto que quiere volver a ganarse el respeto de su familia. No hay que detener al enemigo que desplegará un terrible mal sobre el mundo, sino al villano que vendería la fórmula para que en un futuro esa visión atroz pudiera ponerse en práctica. Como si, en su segunda película, el Capitán América hubiera tenido que robar los planos del Proyecto Insight en forma anticipada a la construcción de los Helicarriers.
Después de la hoy en día clásica Bring it On, el director Peyton Reed venía de una seguidilla de films mediocres como Down with Love, The Break-Up o Yes Man, con lo que seguir las indicaciones del estudio no le debe haber resultado difícil. Es un hombre que no opuso resistencia a los cambios como sí hizo Edgar Wright –referencias a los Vengadores, escenas que conectan con otros films del Universo Cinematográfico que se hacen por encargo- y que tampoco tiene un estilo muy marcado como para modificar las ideas con las que el inglés había impregnado su boceto. El genial Luis de Michael Peña es un personaje que tiene la Trilogía Cornetto escrita por todos lados; basta solo escucharlo hablar para notar que es un clásico ejemplo de la filmografía del autor británico.
Que el director sea Reed y que el guión venga de Wright, Cornish, Adam McKay y Paul Rudd son indicios suficientemente obvios como para entender que Ant-Man es, sobre todo, una comedia. La acción funciona gracias a que hubo una idea primigenia de cómo debía hacerse el achicamiento del protagonista, con lo cual se producen algunas secuencias muy logradas. Sin embargo la propia definición del personaje conduce en forma lógica a optar por el camino del humor absurdo. No se puede hacer una película sobre este superhéroe sin timing cómico, el camino de la solemnidad en este caso sería equivocado.
Así un actor como Paul Rudd es ideal para el papel central, habiendo perfeccionado con los años el rol de querible perdedor –ni hablar de que se puso en una excelente condición física-. Hay un inteligente planteo a la hora de construir las relaciones entre los héroes, con esta relación de pupilo y mentor que tienen Scott Lang y Hank Pym. Michael Douglas cumple con su papel al igual que Evangeline Lilly –que debería crecer más a futuro-, aunque además del protagonista quien más se destaca es el mencionado Peña. Corey Stoll tiene uno de los puntos flojos como el villano Darren Cross, que si bien tiene algo más de desarrollo que otros enemigos del UCM –otrora protegido de Pym al que este le da la espalda-, termina por caer en el lugar común en que se sitúan los némesis del estudio.
Ant-Man tiene aspiraciones limitadas y, en ese sentido, se luce. Su punto de contacto más claro es la primera Iron Man, donde las apuestas eran menores, donde el manto de The Avengers no lo cubría todo y cuando el camino de redención del protagonista era lo fundamental. La propia definición del personaje central lleva a esta película necesariamente por el rumbo del humor y, como tal, puede ser la más cómica de la compañía a la fecha junto a Guardians of the Galaxy. Hay un gran uso de lo que se veía en films como The Incredible Shrinking Man (1957) que fomentan la risa, todo dentro de una película de planificación y ejecución de un asalto que como tal funciona muy bien. Menos es más, se reduce la escala y se consigue una mayor fuerza. Como si fuera una bala.