Yo creo que el género, cualquiera de ellos, bien trabajado, lúdico, genera un lazo con el espectador tan fuerte que nos da la posibilidad de subvertir casi cualquier cosa.
(Matías Bertilotti entrevistado por Hugo F. Sánchez en Télam [enlace]
¿Cómo precisamos lo expresivo de una ‘ficción’ que pone la lupa en violaciones dictatoriales de los setenta y ochenta?
Antes de precisar y ponderar esto, recordemos que El hombre inconcluso (2022) reitera dos veces y al comienzo el punto de partida de su idea. Primero, luego de los créditos, indica el frecuente “los hechos y personajes son ficticios, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia”; y a segundos de un prólogo reflexivo sobre el cambio¹, dice: “inspirada en hechos reales”. Aquí ya hay una contradicción matizada.
Se trata de una investigación policial, ambientada en Carmen del Sauce, Rosario²; años ochenta. Entre saltos temporales y confusiones de identidad de dos Julián Gianoglio (Gastón Ricaud y Nicolás Pauls), narra la resolución de un asesinato.
Para responder la pregunta inicial, ilumina la síntesis de Aumont y Marie en el apartado de «expresión» en su diccionario teórico y crítico. Parafraseemos en particular lo que ellos mencionan de Derrida y Gombrich.
El primero cuestionó las concepciones clásica, romántica y moderna de lo expresivo porque privilegiaban en demasía la producción de un significado. Para el segundo, la expresividad se ubicaba en lo formal, implicaba una marcación violenta de esos rasgos. Según él, ella posee elementos naturales (el valor emocional de algunos colores, por ejemplo) y solo se define en medio de su contexto histórico.
El dilema viene cuando nos preguntamos con qué criterios particulares precisar esos aspectos en la película de Bertilotti, y recordando que el meollo allí, lo que busca denunciar, también es formal. Porque el crimen de falsificar identidades como lo hicieron supuestos funcionarios con esas partidas de nacimiento, consiste finalmente en formas siendo desdeñadas.
Bertilotti, realizador con varias obras para cine y tv en su filmografía, se apoya en la propuesta sonora y en algunas decisiones actorales para reiterar tal expresividad en su primera obra de ‘ficción’. Los gestos casi farsescos de Alejandro Scholler, quien interpreta al lugareño Mariano, son una muestra de esto.
También hay efectos utilizados para generar sorpresa que empobrecen la claridad de sentidos visuales. A diferencia de estos, como el plano final donde vemos a los Julianes a través del parabrisas roto, algunos sonoros ponen en riesgo las múltiples intrigas buscadas en el guion y sostenidas con el montaje paralelo de Alberto Ponce.
Al final, algunos desaciertos en la dirección actoral y varias decisiones técnicas estereotipan este thriller. Y a su vez, la plena ficcionalización presentada aquí es un reto para problematizar quizá a ciegas sobre la figura del doble en la realidad histórica.
Porque quiénes pueden saber su identidad, con padres fallecidos o enloquecidos, partidas falsificadas y sin datos que los distingan totalmente del resto. ¿Cómo cambiar o mantenerse igual frente a confusiones de origen?