Leigh Whannell -guionista de populares sagas de terror como El juego del miedo y La noche del demonio- coescribió y dirigió esta enésima transposición de la clásica novela de H.G. Wells, aunque muy a tono con estos tiempos de #MeToo (y casi en simultáneo con la condena contra el otrora todopoderoso productor Harvey Weinstein).
Esta producción de Blumhouse (responsable de títulos como ¡Huye! y Fragmentado) tiene como heroína a Cecilia Kass (la siempre sufriente Elisabeth Moss), una arquitecta de la zona de San Francisco que vive aterrorizada (y profusamente medicada) por una relación tóxica con Adrian (Oliver Jackson-Cohen), su marido multimillonario y experto en óptica y nuevas tecnologías. Ella se escapa de la mansión costera y pide ayuda a su hermana Alice (Harriet Dyer) y James (Aldis Hodge), un amigo policía, quienes intentan tranquilizarla con la noticia de que su marido se ha suicidado. Sin embargo, mientras todos la consideran una trastornada con comportamientos paranoicos, ella sigue percibiendo que subsiste una amenaza cada vez más cercana: sí, el hombre invisible del título.
Whannell -discípulo de James Wan- construye un relato con un uso bastante austero y eficaz de los efectos visuales y se apoya en la solidez y convicción de Moss para concebir escenas climáticas, cada vez más inquietantes y por momentos aterradoras. Es cierto que hay algunos lugares comunes del género (la sábana que se mueve cuando duermen) y que la banda sonora de Benjamin Wallfisch en algunos pasajes es demasiado altisonante, pero en líneas generales las dos horas de El hombre invisible modelo 2020 regalan buenas dosis de suspenso y tensión, además de un bienvenido mensaje de empoderamiento femenino frente a hombres violentos, controladores y abusivos.