"El hombre invisible", la revisión de un clásico
A diferencia de otras remakes recientes, la película consigue encontrar un giro atendible a la historia ideada por H. G. Wells. La protagonista de "El cuento de la criada" vuelve a lucirse.
La prehistoria de El hombre invisibleversión 2020 hay que rastrearla apenas un par de años atrás. Con La momia, protagonizada por Tom Cruise y Russell Crowe, los centenarios estudios Universal intentaron insuflarles nueva vida a las viejas criaturas de la oscuridad de los años 30 (Drácula, Frankenstein et al), las mismas que inventaron el cine de terror tal y como lo conocemos. El fracaso de público de la película dirigida por Alex Kurtzman provocó un borrón y cuenta nueva y el concepto seminal de Universo de Monstruos –inspirado en gran medida en las sagas de superhéroes– nunca llegó a despegar. Así nació esta nueva adaptación del clásico de H. G. Wells, un poco huérfana y, por ende, un poco más libre. A la vista de los resultados, no parece haber sido una mala idea: lejos de la adrenalina, el exceso de efectos digitales y la falta de sangre de los productos pensados para el público adolescente, el film escrito y dirigido por el australiano Leigh Whannell, producido por la compañía especializada Blumhouse, está más cerca del suspenso y los sustos genuinos que de la adrenalina pochoclera.
La primera escena marca la cancha y anticipa el gran tema de fondo del relato. Mientras su pareja duerme, Cecilia Kass (impecable, como casi siempre, Elizabeth Moss) lleva a cabo el escape que venía planeando meticulosamente. La casa, ubicada en un risco sobre el mar, recuerda a otras mansiones similares de otros villanos de turno, que aquí no es otro que el novio de la protagonista. Un tal Adrian Griffin, renombrado científico dedicado a la tecnología óptica que, en el seno del hogar, se transforma en una bestia dominadora y golpeadora, un hombre capaz de ejecutar los juegos psicológicos más sádicos. De hecho, cuando su hermana la recoge en la ruta, Cecilia está hecha una piltrafa, y las cosas no mejoran cuando un amigo policía la protege en su propia casa: la pobre mujer tiene miedo hasta de salir a la vereda a recoger el correo. El tono, a partir de ese momento y hasta el final, será dramático, sin lugar para las ironías o el humor. Una apuesta que, al menos en este caso, rinde sus frutos.
Por supuesto, nadie le cree a Cecilia, pero una vez que es dado por muerto, Adrian sigue haciendo exactamente lo mismo que cuando todo el mundo podía verlo caminar. Esto es, transformar la vida de su ex en un calvario cotidiano. En esos primeros tramos, con una construcción del suspenso que se toma (para bien) su tiempo, El hombre invisible se asemeja al clásico La luz que agoniza o a su versión británica previa: un hombre empeñado, por razones en principio desconocidas, en hacer que su mujer quede en evidencia como una lunática. Claro que aquí el malvado, siendo invisible, la tiene más fácil y puede pasar completamente iinadvertido. Los primeros noventa minutos de proyección, cuando todo parece diseñado (y así es) para que a la heroína le vaya de mal en peor, la película logra describir, en formato de cine de género, algunas de las cuestiones presentes en las conversaciones actuales sobre la violencia también de género.
Cuando la protagonista toma finalmente al toro por las astas llega la catarsis y El hombre invisible se transforma en un más que apreciable derivado del slasher, aunque a esa altura el monstruo titular (que en el fondo no es otra cosa que alguien demasiado humano) comienza a mostrar su silueta y, por lo tanto, también recibe sus más que merecidos golpes. Moss logra aportarle al personaje, construido con delicadeza desde el papel, dosis extras de aparente complejidad, una mujer al mismo tiempo frágil y tremendamente resiliente. En esa ecuación que logra sumar una férrea confianza en el material, el talento de la protagonista y un desarrollo muchas veces imprevisible, la película logra encaramarse en un lugar más que atendible dentro del terror mainstream contemporáneo.