Será insoslayable mencionar el bajísimo nivel de expectativas que generaba la llegada de “El hombre invisible” frente a la posibilidad de que siguiese el mismo camino que Universal se había trazado con el estreno de “La momia” en 2017. Los que aún tratan de olvidar esa traumática experiencia frente a la pantalla deberán salir de terapia y entrar en la sala un poco más tranquilos, porque peor que aquella no podía ser.
¿Sobre qué se podía a priori apoyar el espectador para ver este estreno sin ser fanático de los viejos monstruos (La momia, Frankenstein, etc)? No mucho. Como guionista Leigh Whannell ha creado dos sagas muy exitosas: “El juego del miedo” (“Saw”, 2003) y “La noche del demonio” (2010), o sea un enorme puñado de fórmulas repetitivas y truculentas. Como director fue culpable de “La noche del demonio 3” (2015), pero a su vez de una pequeña gema de acción – ciencia ficción no estrenada en nuestro país que se llama “Upgrade” (2018). Aún con escasísimos antecedentes, estamos frente a una de esas excepciones en donde los currículums quedan de lado para dar paso a uno de los estrenos del año dentro del género del terror.
Terror psicológico si se quiere, pero sobre todo uno de esos ejemplos en los cuales este género se ofrece como la sublimación del drama con los elementos fantásticos aportando a la construcción de esa sublimación. Es difícil saber si desde un primer momento Leigh Whannell quiso hablar de violencia de género pero “El hombre invisible” lo hace, y si es por eso el gran monstruo ya no pasa a ser él, sino el hombre en general como parte de la posible lectura.
Cecilia Kass (Elizabeth Moss) está viviendo una relación más que tóxica. Su vínculo con Adrian (Oliver Jackson-Cohen) ha llegado a un punto de dominación física y emocional a la cual esta mujer está decidida a rebelarse. Se refugia con su hermana y su mejor amigo James (Aldis Hodge), un policía que vive a su vez con su hija Sydney (Storm Reid). Allí trata de dilucidar qué hacer de su vida lo más lejos posible del infierno, pero la noticia del suicidio de Adrian trae al mismo tiempo alivio y descreimiento.
La historia la podemos adivinar porque el científico se vuelve invisible (no hace falta aclarar aquí como) y planea llevar a las últimas consecuencias su instinto posesivo y obsesión de venganza. A partir de este punto el guión comienza a trabajar en dos ejes dramáticos: el espiral de deterioro que va sufriendo Cecilia a medida que los sucesos de violencia y acoso ocurren, y la construcción de un entorno que no sólo endilga paranoia a las advertencias de la víctima, sino también una creciente culpa por generar situaciones tensas e incómodas. Precisamente la misma situación que viven las mujeres sometidas y subyugadas por la violencia machista, primitiva e irracional, “El hombre invisible” se convierte en símbolo de esa indiferencia que sufren las víctimas de violencia de género. y el guión juega a la perfección esa dualidad desesperante entre la el silencio y la falta de escucha. Y lo hace de manera tal que el espectador jamás abandonará a Cecilia. Desde el minuto uno estamos con ella, pero el texto cinematográfico nos interpela desde otro lugar. ¿Qué hacemos cuando la desesperación se nos presenta en carne y hueso? ¿Cómo reaccionamos frente a las denuncias?
Es cierto, cuando la película vuelve al género y se ocupa de los golpes de efecto que este necesita, algo de su poder dramático se diluye y algunas escenas regatean el verosímil. Por eso, “El hombre invisible", en este aspecto, no logra aquello que sí se puede ver en “Joker” (2019) Una amalgama perfecta entre un universo ficticio y la observación de fenómenos sociales. Así y todo, el ritmo narrativo, la generación de situaciones realmente escalofriantes por virtud del montaje. los efectos de sonido (que también son la gran estrella técnica en este estreno), y el estupendo trabajo (físico y emocional) de Elizabeth Moss, hacen que la realización asome la cabeza por fuera del género al cual pertenece y lo trascienda.