Más allá de ofrecer una de las mejores películas de terror que brindó el cine norteamericano en mucho tiempo, El hombre invisible celebra con toda su gloria a uno de los monstruos clásicos del estudio Universal que contribuyó a cimentar las bases de este género a comienzos del siglo 20.
Leigh Whannell, quien fuera co-creador de las sagas SAW e Insidious junto a James Wan, toma a un personaje que cuenta con más de un siglo de vigencia en la cultura popular para reimaginarlo con creatividad en un contexto moderno.
Una tarea que no es tan sencilla de conseguir como parece, especialmente si recordamos todos los intentos fallidos que hubo en los últimos años a la hora de relanzar a los íconos del Dark Universe.
El suceso de este film radica en que el director evitó refritar las clases de producciones que se hicieron en el pasado para trabajar el concepto del hombre invisible desde una perspectiva diferente.
En esta oportunidad el foco del conflicto no se centra en la ciencia ficción sino en el thriller de horror piscológico que además le da una vuelta inédita al relato.
La trama es narrada desde la perspectiva de la víctima acechada por el villano, en lugar de la clásica historia de origen del psicópata que se narró con diversos conflictos desde 1993.
Whannell toma un elemento clave de la película original de James Whale, como era la paranoia, para desarrollarlo dentro de una temática distinta que tiene relevancia en la actualidad.
El conflicto gira en torno a las relaciones tóxicas y la violencia de género y gracias a una dirección impecable y la gran actuación de Elizabeth Moss, la película resulta muy efectiva.
Los numerosos momentos de tensión que tiene El hombre invisible funcionan porque el relato está anclado en la realidad y el colapso emocional que traviesa la protagonista, en lugar de situaciones sobrenaturales disparatadas.
Muy especialmente en los dos primeros actos, que ofrecen escenas fantásticas, el director construye momentos de horror y suspenso con muy pocos recursos técnicos.
La sugestión de una amenaza que no podemos ver sumada a la obsesión que desarrolla mente de la protagonista con la idea que es acechada por su ex pareja son los ingredientes que explota Whannell para conseguir que este clásico del género vuelva a ser aterrador en el siglo 21.
Moss presenta una labor brillante a la hora de transmitir la fragilidad emocional que experimentó una víctima de abusos físicos y psicológicos y contribuye a otorgarle una enorme vulnerabilidad a un personaje complejo que evade los lugares comunes en torno a la representación de estos temas.
Inclusive las pocas situaciones de jump scares que se presentan en la trama funcionan de un modo orgánico y no degradan al film con esas escenas trilladas que solemos ver a menudo en otras propuestas mediocres.
Motivo por el cual, El hombre invisible restaura la dignidad perdida en el género y permite que podamos disfrutar otra vez una película de este tipo en una sala de cine, algo que se había convertido en una tarea imposible en los últimos meses.