El hombre invisible: Puedes correr pero no esconderte.
Esta semana una nueva versión de El hombre invisible desembarcó en las salas con gratas sorpresas: un guion sólido, un protagónico a la altura y un tema coyuntural: la violencia de género.
Es época de «reversiones» y revisiones. Estamos en la era del refrito y las nuevas franquicias de grandes películas que supieron conseguir su público en su momento. Por su parte, El hombre invisible, el clásico de 1933 de James Whale, basado en la novela homónima de H. G. Wells, hoy -año 2020- muestra otra cara.
Hace un tiempo, desde los estudios Universal se barajó la idea de crear un nuevo universo de monstruos y villanos revisitados en nuevas películas (La momia de 2017, por ejemplo, protagonizada por Tom Cruise). Este fue un intento fallido, dado que la taquilla no respondió como esperaban y las críticas menos. Esta versión de El hombre invisible, protagonizada por Elisabeth Moss (el rostro inigualable de mirada intensa de la serie «El cuento de la criada«) y dirigida por el australiano Leigh Whannell -guionista y coprotagonista de El juego del miedo y guionista, además, de la saga La noche del demonio -, afortunadamente se aleja de todo ese contexto. Igualmente siempre cuesta creer que lo nuevo supere a lo viejo. Aquí el resultado fue sorprendente.
Por supuesto que todo producto nuevo tiene que saber venderse como tal en un actual mercado cinematográfico muy diferente al de los años 30, con nuevas reglas de juego y una coyuntura particular. La versión 2020 del clásico de terror tiene una vuelta de tuerca de violencia contra la mujer y empoderamiento femenino. ¿Les resulta familiar en el cine de estos días?
La primera escena de la película es contundente. Se destaca por su fuerza narrativa y un clima de suspenso y peligro constantes. Cecilia Kass (interpretada por Moss) intenta escapar de la mansión donde convive con su pareja, mientras él duerme, llevando a cabo un plan meticulosamente pensado. Esta secuencia no tiene casi banda sonora, lo que implica que el espectador se concentre pura y exclusivamente en la acción con una especie de sensación de «vivo».
Por su parte, el villano en cuestión, el novio de la protagonista – a quien no vemos completamente hasta casi el final del film – recibe en la ficción el mismo apellido que el hombre invisible de los años 30: Griffin. Sólo cambia su nombre de pila pero también es un científico reconocido, como el Griffin de Claude Rains. Aquí el «monstruo» humano logra ser invisible por medio de la tecnología luego de haber sido dado por muerto. En la película de 1933, Jack bebe sustancias que lo convierten en un hombre cargado de violencia, pero en vida.
Lo que sigue es la historia de una mujer acosada, perseguida y sometida que tiene miedo de poner un pie fuera de la casa de su amigo, lugar donde pretende llevar una nueva vida. Cecilia siente constantemente la presencia de Adrian en su vida, se asusta aún más, es dada por loca y lo que sigue es spoiler.
Pero lo cierto es que Whannell sabe de construcción para la ficción. En cuanto a clima, nos mantiene todo el tiempo aferrados a la historia, empatizados, sumergidos. A su vez, no descuida el trabajo de arte y representación de los alrededores de los protagonistas. A nivel narrativo, se toma su debido tiempo para presentar a los personajes y sus historias y contiene algún giro inesperado.
El nuevo hombre invisible es una apuesta potente dentro del cine de género pochoclero. Se puede decir que está entre medio de ese y aquellas nuevas películas que nos quieren contar y decir otras cosas mucho más profundas. Aquí no hay lugar para el humor o la ironía. Whannell va al hueso y sabe lo que hace.