La historia del hombre plomo
Subtramas poco interesantes, monstruos de movimientos torpes y un guión predecible hacen de esta versión del clásico un film aburrido.
Película innecesariamente larga, que se esmera demasiado en construir atmósferas de terror que piden a gritos la mano de Tim Burton, El hombre lobo resulta tan aburrida que, en su necesidad de sumar vibración, se pasa de vueltas a nivel sonoro y, por ejemplo, logra que hasta el soundtrack, a cargo de Danny Elfman –cuya música característica pide aún más una imagen burtoniana–, aturda y moleste. O que presente una profusión de subtramas disparatada y esquizoide.
Adaptada a nuestros tiempos, la historia del hombre lobo versión Hollywood 2010 dura aproximadamente media hora más que la película de 1941 sobre la que se basa, porque los realizadores han sumado personajes y una línea de conflicto entre padre e hijo. Han sumado también a otro hombre lobo. Y no sólo eso, aquí hay un poco más de todo: más sangre, más muertes –sobre todo más muertes–, más drama y hasta más planos de la luna llena (¡¿cuántos puede haber?!). La suma hace del film un producto adrenalínico, cómo negarlo, sólo que su intensidad resulta molesta. Los propios monstruos están hechos de muñecos y truco digital, y sus movimientos son torpes y limitados, lo cual no le permite al director crear una escena de acción convincente, mucho menos cuando debe animar a dos bestias peludas.
La historia transcurre en la Inglaterra posterios a la revolución industrial, en los vastos campos de una familia sombría, signada por la tragedia: el suicidio de la madre (aunque aquí ya intuimos que hay algo sin resolver). La historia empieza cuando muere Ben, el hermano del protagonista, Lawrence Talbot (Benicio del Toro), el hombre que sufre la mordedura del monstruo que le contagia su condición y lo condena para siempre. Es un actor que llega desde Nueva York al sombrío páramo inglés para resolver la muerte de su hermano, cuyo cuerpo aparece misteriosamente despedazado. En la casa del padre, aparecerá el resto del personal: la prometida del hermano, Gwen (Emily Blunt), y el padre, Sir John (Anthony Hopkins, que parece estar actuando todavía en El silencio de los inocentes), además de un detective interpretado por Hugo Weaving, Abberline.
La trama va avanzando a los tropezones, apenas hilvanada por un guión predecible y una puesta en escena pobre. Y salpicada de frases incomprensibles pero destinadas a significar algo más, que terminan de convertir a una película que debería dar miedo en una que, algún buen día, puede llegar a dar un poco de risa.