La bestia triste ataca de nuevo
A falta de sorpresas, la versión de este clásico, con Benicio del Toro y Anthony Hopkins, luce una saludable vitalidad. Claro que una mención destacada se la llevan los efectos especiales.
Innovadora no es. Humor no le sobra. Liviandad tampoco. Baches en la trama no le faltan. Es posible que lo más destacado haya que buscarlo, antes que en peculiaridades de estilo, novedades de enfoque o grandes aciertos de puesta en escena, en algunos de sus rubros técnicos. A pesar de todo ello, esta nueva versión de El hombre lobo es una película que funciona. Habrá quienes consideren a esa mera funcionalidad un mérito débil, cuestionable, conservador incluso. En momentos en que a Hollywood le cuesta un perú lograr una eficacia mínima en sus relatos, sin embargo, el sufrido frecuentador cinematográfico puede llegar a agradecer con ganas una película que logra hacer crecer, como ésta, el interés y la intensidad dramática.
Feroz como el que más, el hombre lobo siempre fue el más tristón y culposo de los monstruos clásicos del cine (o de la Universal, que es decir lo mismo). Drácula, puro ello, gozaba como loco de sus orgías de sangre. Frankenstein tenía escasa conciencia de su condición, mataba de puro torpe, nomás. El Lawrence Talbot de Lon Chaney era, en cambio, superyoico: se desgarraba por dentro, luego de hacerlo con cada una de sus víctimas. Basada en el guión escrito por el vienés Curt Siodmak para la versión de 1941, esta remake dirigida por Joe Johnston (protegé de Spielberg, director de Jumanji y Jurassic Park 3) es fiel a esa condición original. Como en The Wolf Man (conocida en Argentina como El lobo humano), el menor de los Talbot vuelve al paraje inglés que lo vio nacer, llamado en este caso por su deseable cuñada Gwen (Emily Blunt). Su hermano mayor ha sido despanzurrado, en medio del bosque, por alguna fiera, y es por eso que Gwen lo llama. Creciendo en pilosidades del Che para acá, el Lawrence de Benicio del Toro es, en esta ocasión, actor shakespereano. No se nota, tampoco importa demasiado: ninguno de los hechos posteriores tiene relación alguna con su frecuentación de la representación.
Según las habladurías, el que anda causando estragos es el oso de un circo gitano. Corrección política en regla, ya se verá que no es precisamente desde afuera de la comunidad de donde viene la monstruosidad. En lo que constituye el mayor aggiornamiento de esta versión, los Talbot resultan ser una familia disfuncional. Liderados por un barbado, severo pater familiae (Anthony Hopkins lo compone como si fuera él el contagiado por Shakespeare), se trata de un clan tan decadente que El hombre lobo bien pudo haberse llamado La caída de la casa Talbot. Teniendo en cuenta su resolución y a la luz de aquellas El hombre lobo contra Drácula o El hombre lobo contra Frankenstein, también pudieron haberle puesto El hombre lobo contra el hombre lobo. De lobo bueno y lobo malo va la cosa aquí, cruce de Edipo con una versión dark de las leyes de Mendel.
Arrancándose a fuerza de zarpazos gore cierto almidón propio del cine de época, cada escena de acción representa algo parecido a los brutales saltos que pega la fiera. Desde la primera de ellas, que tiene lugar en el campamento gitano, hasta el combate final dentro de la casa Talbot, esas escenas están llenas de dinámica y de sangre, incluyendo una amplia gama de mutilaciones y descabezamientos. En algún momento, la criatura andará con el corazón de una víctima colgando entre los dientes. De esos rituales de sangre, el más festejable es aquel en el que Talbot opone a la razón psiquiátrica el inapelable llamado de lo salvaje, desatando un desastre en un aula llena de jurásicos médicos pre-Freud.
Con Walter Murch a cargo del montaje y propulsada por los tuttis orquestales de Danny Elfman, el nombre clave de El hombre lobo es el de Rick Baker. Legendario creador de efectos especiales de Videodrome, Hombres de negro y la remake de El planeta de los simios, entre muchas otras, no es raro que las transformaciones de El hombre lobo se parezcan enormemente a las de Aullidos y Un hombre lobo americano en Londres, de comienzos de los ’80. Ambas fueron responsabilidad del propio Baker, cuya participación en la serie Werewolf, en la película Lobo (1994) y ahora en ésta lo confirman como máximo especialista en la generación de licantropías cinematográficas.