Desde comienzos del cine sonoro, la licantropía pegó fuerte en Hollywood. La leyenda del hombre-lobo conoció infinidad de versiones, pero la que adquirió más prestigio fue aquella protagonizada por Lon Chaney jr. y Claude Rains, en 1941. El film de Johnston, con elenco de lujo y gran despliegue de medios, intenta recuperar lo mejor de aquella historia original. El trágico itinerario de un hombre condenado por una maldición que viene de muy lejos. La leyenda arranca en la antigua Grecia y llega hasta nuestras latitudes como El Lobizón. La niñez de Lawrence Talbot estuvo acompañada de múltiples tormentos desde que su madre murió. Ya adulto, será rastreado por la novia de su hermano, quien lo compromete para que encuentre a su enamorado, desaparecido misteriosamente. Vuelto a casa, descubre que un ignoto asesino está haciendo estragos entre la población del lugar. Se entera entonces de esa maldición ancestral que convierte en lobos a determinados hombres, en las noches de luna llena. Enamorado perdidamente de Conliffe, la prometida de su hermano a quien quiere proteger, se decide a destruir a la despiadada criatura que se ha convertido en verdadera pesadilla en los bosques de Blackmoor. En una noche alucinante, durante una persecución que presagia lo peor, es mordido por esta, y comienza otra historia. La que de veras importa. Benicio Del Toro aporta su perfil tormentoso al personaje de Talbot, en tanto Anthony Hopkins se hace cargo de su padre, de quien estuvo distanciado por años. Otra relación fatídica.