La primera pregunta que cabe hacerse es cuál es el motivo de reflotar uno de los emblemas del cine de terror clásico. Se me ocurren dos motivos esenciales: El homenaje a aquella saga iniciada por el film de 1941 protagonizado por Lon Chaney, o el mero refrito destinado a reabrir una franquicia. Si el logo de Universal oportunamente adaptado en clave homenaje (no sólo a aquel cine de terror, sino a los inicios del estudio) podía augurar lo primero, el desarrollo de la película nos señala que el único motivo posible es el segundo.
¿De qué otro modo deberíamos considerar a un film que intenta lograr una cohesión entre el drama con tintes netamente shakespearianos y el cine de terror con pincelazos de gore? Esta remake de El hombre lobo no es otra cosa que esto, una película que todo el tiempo intenta navegar en dos aguas aparentemente opuestas, dejando como resultado un tanque tan gigante como carente de orificios por los cuales respirar.
No estamos afirmando que no se pueda hacer un film de terror con una esencia argumental cercana a Hamlet, pero para Joe Johnston (un realizador en cuyo prontuario, totalmente alejado de las aristas de este film, figuran Cariño, he encogido a los niños, Jumanji y Jurassic Park III) esta mezcla pesa muchísimo. A tal punto pesa que la película no parece decidirse entre el duelo padre-hijo (lejos lo mejor, con dos actores imponentes, Hopkins y Del Toro), el culebrón con una mujer debatiéndose entre dos hermanos, y el terror, de la mano del monstruo del título. Y como la película no se decide, vemos simplemente un argumento que se desarrolla bajo un ritmo pesadísimo, y con un esforzado intento por equilibrar todos los condimentos sin que se note la diferencia de peso y de valor entre ellos.
De El hombre lobo esperaríamos una película capaz de asustarnos, y si esto pudiese sostenerse, no nos molestaría que se pretenda construir un relato con un potente duelo de personajes y de interpretaciones. Todo lo contrario, sentiríamos que se le ha encontrado un condimento especial a este producto. Pero al privilegiar la pesadez y la gravedad del conjunto, no hay espacio ni siquiera para que nos asustemos, aún con toda la sangre que corre. Para replantear un relato del cine clásico es necesario potenciar su efecto, y no hablamos del poder de los efectos especiales de la actualidad, sino de renovar la reacción que el film original provocó en los espectadores. De otro modo nos encontramos con productos como éste, excesivamente solemnes, prácticamente nulos en su concepción del terror y sólo mínimamente interesante en la constitución de sus personajes.
El telón de fondo, una oscuridad que no mete miedo ni ilumina nuestra imaginación, simplemente una oscuridad que domina la trama y duplica su pesadez. La decepción está en que, detrás de esa oscuridad, no sólo no hay nada nuevo bajo el Sol, sino que lo que hay es una mera apuesta a reflotar uno de esos clásicos que jamás lograrán volver a meter miedo como la primera vez.