El único modo de reversionar un clásico es teniendo la certeza de que la remake será superadora. Es por esto que, tras ver El hombre lobo, una pregunta se quedó zumbando en mi cerebro: ¿¿¿Por qué, Benicio, por qué???
La base de la historia no creo que sea desconocida por el grueso de la gente, pero para algún despistado, he aquí un brevísimo resumen: nos ubicamos en la Inglaterra de fines del siglo XIX, y Lawrence Talbot -Benicio del Toro- regresa a su pueblo ante la muerte de su hermano. La llegada a sus pagos implica además el reencuentro con su padre -Anthony Hopkins-, y también desembocará en el cruce con la prometida del difunto, Gwen -Emily Blunt-. Lawrence decide entonces investigar qué fue lo que mató a su hermano, y descubre que fue víctima de una fiera que aterroriza al pueblo y ya ha aniquilado a varios habitantes.
Sale a cazarlo, lo encuentra y es atacado, pero sobrevive. Haber resistido la embestida de esta bestia confluye en que Lawrence quedará maldito: él también se convertirá en este Hombre Lobo sediento de sangre cada noche de luna llena.
La película es predecible y a esto se le suma que es una historia que vive en la memoria colectiva: sabemos que Lawrence se enamorará de la viuda de su hermano, que la cura para la maldición recae justamente en el amor de la doncella, que todos querrán matar a la bestia…
Quiero ser claro en algo: no es que sea un film aberrante, sino que es absolutamente prescindible. El problema reside en que la recreación de una historia inmortal sólo vale la pena si le agrega algo, por más que sea en un nivel ínfimo.
Lo único que genera en el espectador esta versión 2010 de El hombre lobo es ganas de volver a ver la original.