La nueva versión cinematográfica basada en el mito de la licantropía gana en actualidad. Cientos de veces los fanáticos de la pantalla grande y del "Cine de superacción" de los sábados en televisión esperaron pacientes el momento más apoteótico de las realizaciones de terror de los años 40 que tenían a Lon Chaney Jr. como protagonista: la transformación de un hombre en lobo. Aquí el maquillaje y la superposición de imágenes quedan ampliamente superadas por la tecnología digital y los resultados no son exactamente sorprendentes pero, redondos en su concepción e implementación, ayudan a prestarle atención a otros ítems tales como la ambientación y la edición. Elementos que sí toman relevancia. El primero impone un pesado clima de suspenso a través de un tratamiento de colores tibios que a primera vista parecen imitar a los viejos filmes en blanco y negro. Y el segundo aporta la cuota de desesperación y terror ante los ataques de la bestia. Al igual que en la película de 1941, el joven Lawrence Talbot es la piedra angular de la historia. De regreso a su Gales natal en busca de respuestas a la violenta muerte de su hermano, es mordido por un hombre lobo. Y como apunta la leyenda, se convierte en uno de ellos. Sobre esa base, el filme se atreverá a reflexionar sobre la naturaleza del alma de un ser humano que en las noches de luna llena se convierte en un monstruo.