El lado oscuro de la luna
Entré a ver El hombre lobo con cierto temor. Para mí, el subgénero “películas con hombres lobo” es bastante difícil de hacer mal en el cine. Desde la primera versión del monstruo de la Universal protagonizada por Lon Chaney Jr. en 1941, pasando por una gema absoluta, no solo de este género sino del cine en general, como Un hombre lobo americano en Londres, de John Landis, la premisa del hombre lobo es tan básica como poderosa. Al igual que el mito de Dr. Jekyll y Mr. Hyde se trata simplemente de esa bestia que tenemos adentro y que llevamos reprimida hasta que ya no la podemos ocultar. Los hombres lobo en el cine son los “monstruos del armario” por excelencia, y cada film que trató el tema (al que podemos agregar la subvalorada Aullidos, de Joe Dante) se encargó, cada una a su manera, de mostrar la lucha del ser humano por contener ese costado primitivo y salvaje que sale a relucir en las noches de luna llena. Así que tenía ciertas expectativas por ver un regreso triunfal de esta criatura en la pantalla grande.
Pero como decía al principio, no estaba confiado. Previo al comienzo del rodaje, se hizo público que quien iba a ser el director original del film, Mark Romanek (el mismo de Retrato de una obsesión) había sido echado por el estudio una semana antes de comenzar a filmar, para ser reemplazado a último minuto por Joe Johnston. Ahora bien, aunque no es para nada lo que se dice un autor, me gustan las películas de este director. Jumanji, Cielo de octubre y The Rocketeer son películas de género hechas y derechas, que demuestran que detrás de cámaras hay alguien apasionado por la aventura y con un estilo de narración clásico pero no falto de solidez. Johnston es lo que se considera en la industria un artesano, un tipo que filma lo que el guión le dicta a rajatabla. El tema es que Johnston jamás en su filmografía había mostrado experiencia alguna dentro del género del terror, y eso sumado a que toda la preproducción de la película la había empezado otra persona tampoco me llenaba de confianza. Hubo sí un factor que me hacia tener algo de fe: la decisión de contratar al genial maquillador y leyenda de Hollywood Rick Baker (El profesor chiflado, Ed Wood, Thriller) para ser el encargado de realizar las prótesis del hombre lobo. Ahí me interesé aún mas en el proyecto, ya que garantizaba que el film iba a confiar más en efectos especiales prácticos (estando a tono con la película original) a diferencia del excesivo uso de efectos digitales que plagan al cine de Hollywood hoy en día.
Con toda esta incertidumbre, ¿cómo salió el resultado final? Digamos que pudo haber sido algo mucho peor de lo que uno podía imaginar al principio, pero aun así estamos ante una película frustrante. Frustrante porque se ve que ciertos departamentos cumplieron a la perfección con su trabajo, como el maquillaje de Baker, o el gran trabajo de dirección de fotografía de Shelly Johnson que evoca los climas sombríos y nebulosos provenientes de los films en blanco y negro de la Hammer, ayudado esto último también por una gran banda sonora a cargo del burtoniano Danny Elfman, que hace recordar a la música del Drácula de Francis Ford Coppola. Incluso la dirección de Johnston en las escenas que involucran los ataques del monstruo muestran un cierto grado de inspiración y respeto por los antepasados del género.
Pero es en dos áreas fundamentales donde se ven los problemas de El hombre lobo. El primero que salta a la vista es la edición de la película. En los primeros 20 minutos uno nota que algo no anda bien en los ritmos internos del relato, es como si los productores hubieran forzado al director a punta de pistola para que llegue lo antes posible a la primera aparición del hombre lobo, sacrificando así todo tipo de desarrollo de personajes y sus conflictos en ese comienzo. Y hablando de conflictos, acá es donde vemos la falla mayor, la relación trágica entre el protagonista Lawrence Talbot (un Benicio del Toro demasiado para adentro) y su padre Sir John (Anthony Hopkins, en plan “exagero al máximo total me pagan bien”). El duelo entre ambos no parece tener un desarrollo dramático interesante para el espectador, como tampoco lo tiene la relación romántica de Lawrence con la viuda de su hermano Gwen (Emily Blunt, preciosa, pero con la misma expresión de disgusto en toda la película). Dado que los conflictos dramáticos no logran compenetrarnos, basta esperar a que llegue la luna llena para ver las transformaciones del protagonista y así poder regocijarnos con escenas de acción bien filmadas, un nivel aceptable de gore y alguna que otra escena de terror memorable, como la transformación de Talbot en hombre lobo delante de un grupo de psiquiatras escépticos, y la posterior persecución sobre los techos de los barrios de Londres.
Habiendo pasado una semana después de verla, sigo sin saber bien qué pensar de la película. Festejo el hecho de que no sea el desastre absoluto que los rumores previos me llevaron a creer que sería, pero también pienso que con el talento que había tanto delante como detrás de cámaras se podía haber logrado algo mejor. Mientras que en un futuro no se atrevan a juntar a este hombre lobo con el Frankenstein que hizo Robert De Niro en 1994, yo me quedo conforme.