Este es el fin, amigos (o enemigos)
Es evidente que el poder del morbo se posa sobre El hombre más buscado y, queramos o no, genera sobrelecturas. De hecho, el último plano de la película de Anton Corbijn basada en la novela de John le Carré, es bastante simbólico para con la presencia de Philip Seymour Hoffman. El actor, uno de los más brillantes de su generación en el cine norteamericano (pero también uno de los más tediosos cuando quería y se dejaba llevar por la intensidad), se pasea por todo este relato de espías con una pesadez sobre sus hombros y una tristeza en la mirada, que ese mundo que se extingue y sobre el que habla la historia, es también el universo de un intérprete que nos va dejando sus últimas chispas de genialidad. Sin los guiños exagerados de otrora, apuntando más a lo sutil y lo extemporáneo, Seymour Hoffman logra darle relieve a una película de una serenidad tensa, que sabe narrar un asunto complicado con clasicismo y sin enredarse, a riesgo de perder en el camino a unos cuantos impacientes.
Está claro que Corbijn (ex fotógrafo) es un esteticista, alguien que busca primero el look de su película y luego trata de darle una coherencia con el asunto de fondo. Eso, que se comía por completo a El ocaso de un asesino, terminando con cualquier tipo de tensión interna del relato, es aquí salvado en primera instancia por una conciencia de género absoluta y en segunda instancia por un texto de Le Carré que es -como lo es habitualmente- más cerebral que físico. Corbijn no llega a la cimas de la sofisticada El topo, tal vez una de las más logradas adaptaciones de Le Carré, que tenía a su favor su espíritu old fashioned que la distinguía, pero logra contar una historia contemporánea con la complejidad del asunto y con una mirada melancólica mucho menos afectada que en aquella con George Clooney.
Si a una película se parece El hombre más buscado es a Agente internacional, de Tom Tykwer. Ambas hablan de una profesión que hoy parece demodé, que hasta ha dejado de lado la mirada más naif y romántica como se contaba en las novelas de Ian Fleming, y de un mundo en permanentes modificaciones que hace de esos agentes seres ínfimos, meras marionetas al servicio de un sistema que los controla y los vuelve ladrillos en una pared demasiado grande. La paciencia que exige este film, que hace del espionaje algo físico, es la que separa a este universo del mundo militarizado y más de acción del presente; El hombre más buscado es también una puesta en crisis del lenguaje actual del cine de acción y de entretenimiento.
Pero en la comparación con Agente internacional, si la de Tykwer era mucho más efectiva en ese retrato del poder contemporáneo, se debe fundamentalmente a que el director alemán está menos preocupado por el look y mucho más atento a los vericuetos políticos de su historia. Por el contrario, Corbijn logra elaborar una mirada compleja recién al sumar capas y capas de información y texturas, y ponerla en crisis con esa melancolía de los paisajes externos e internos de Hamburgo y del personaje principal de Seymour Hoffman.
El hombre más buscado es una película de piezas que van encastrando, como un rompecabezas, y que recién cuando logra poner todo en funcionamiento comienza a fluir (el cine de Corbijn gusta de acumular tensión hasta hacerla estallar al final). Le lleva un buen tiempo al director hacer interesante el relato, pero cuando se pone en marcha decididamente genera una atracción encantatoria. El peso del texto literario es definitivo, y si uno compara esta obra con cualquier otra película de Hollywood que hable de temas similares en esta era post 11-S, sin dudas que hallará mucha más complejidad en sus personajes (el grupo de agentes que coordina Seymour Hoffman y los burócratas a los que se enfrenta), conscientes del fin de una era pero amargamente testarudos en sus procederes y métodos. Está claro que el romanticismo de Le Carré es un poco cínico, que aquí no hay buenos o malos, y que en definitiva son diferentes formas y tonos de un mismo orden represivo. Lo que se exhibe es un teatro triste sobre cierres, conclusiones, finales, todos infelices y trágicos. Que no haya nada más que miradas en el final, que no haya más que contar, lo dice todo. Ese desenlace, seco, pone en su lugar aquella frase que se repite un par de veces en la película. Y que asegura que todo vale con el fin de hacer “un mundo más seguro”.