Si no tuviera una pata de su coproducción en la Argentina a través de la compañía de Daniel Burman, sería imposible no pensar en la enorme influencia italiana en la cultura argentina como la principal razón del estreno en estas tierras de El hombre que compró la Luna. Es que el nuevo film de Paolo Zucca (El árbitro) apuesta por un relato que cruza la fábula romántica con elementos propios de la tradición peninsular.
La historia es disparada por un hecho absurdo. Un hombre de Cerdeña afirma ser el dueño de la Luna, desatando así una locura en los servicios secretos de todo el mundo. Sin datos concretos sobre el presunto comprador, una agencia de seguridad internacional traza un plan que consiste en enviar a un agente de origen sardo camuflado al núcleo de la comunidad.
Claro que para camuflarse primero deberá manejar a la perfección los usos y costumbres de la comunidad, lo que da pie a un entrenamiento en el que no faltarán múltiples referencias a la cultura local: algo así como que en una película argentina se hicieran chistes sobre el acento cordobés o la siesta santiagueña.
Lo que sigue es un film que lentamente irá mutando hacia el surrealismo y la metáfora, no sin antes coquetear con los descubrimientos personales del agente encubierto ligados a sus orígenes, todo matizado con pequeñas dosis de humor que irán extinguiéndose a medida que avance el relato. El resultado es un film irregular e indeciso, cuyo principal pecado es abarcar mucho y apretar poco.